I
Participar en la batalla deja una estela de resultados que no siempre son loables porque el guerrero no tiene tiempo para pensar en si el resultado será siempre limpio. De antemano sabe que existirán daños colaterales no previstos ni deseados pero no existe la guerra sin secuelas. La guerra nunca será limpia y los resultados, tampoco. El luchador, el auténtico luchador, se enfrenta a un solo objetivo, luchar y vencer, no dispone de tiempo para pensar en otra cosa que no sea la victoria.
II
Estos daños colaterales son manipulados por el enemigo cobarde para inventar y crear falsas realidades con el fin malintencionado de tejer alrededor de su contrincante una leyenda, negra, que constituye en sí misma una lucha totalmente diferente con la que poder destruirlo. Es una pelea sucia para lograr beneficios en lugares distintos al campo de batalla y por supuesto exenta del mínimo honor.
III
Son los cobardes quienes construyen leyendas negras mientras los valientes las soportan sobre sus espaldas.
Esa razón hace que admire al enemigo que porta y sufre su propia leyenda negra y lo hago con lealtad por considerar que esta es un símbolo de lucha, esfuerzo, sacrificio y valor. También de triunfo.
IV
Nunca podré admirar al enemigo que no tiene leyenda negra ni consideraré que derrotarlo sea una victoria brillante porque sin esta etiqueta es cuestionable que sea valioso el triunfo.
V
Los cobardes, los débiles, los vencidos, no tienen leyenda negra; por el contrario, construyen la de otros distorsionando relatos valiosos con creaciones infundadas y sucias. Cuanto más aterradoras, mejor. Cuanto más sucias, más daño añadido. La descalificación moral será mayor cuanto más emponzoñe.
VI
El creador de leyendas negras solo merece desprecio como lo merecen los cobardes que en vez de luchar de frente utilizan la difamación y el bulo en un intento avieso de conseguir el supremo premio de la victoria sin dar la cara.
VII
Portar una leyenda negra no es un deshonor. Sus creadores, una lacra, una basura.
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