La fiesta del duodécimo cumpleaños de Harry acababa de terminar. Todos sus amigos se habían marchado; ya no quedaba nadie en el amplio salón de juegos, solo él… y Joanne. Se miraron en silencio, sin saber qué decir. Ella, porque cada vez le costaba más hablar cuando se quedaban a solas; él, porque estaba pensando en su secreto. La fiesta había sido divertida. Harry, sus amigos y Joanne acababan de pasar unas horas jugando con las consolas, viendo vídeos de sus youtubers favoritos, riéndose por nada… La tarde se había pasado muy deprisa para todos, excepto para ellos dos. Para Harry, porque esperaba impaciente la hora de bajar al lago; para Joanne, porque esperaba que la invitara a acompañarle… por primera vez.
Harry había nacido en aquella ciudad, y siempre había vivido en aquel barrio y en aquella misma casa; Joanne, sin embargo, se había mudado hacía siete meses, justo para empezar el primer curso en el instituto. Harry era un niño algo tímido, buen estudiante, y tenía media docena de amigos y un pastor alemán con el que jugaba en el jardín por las tardes, pero le faltaba lo más importante. Joanne apenas contaba con un par de amigas en aquella su nueva vida, tenía buenas notas, un setter irlandés de pelo rojizo y una sonrisa algo melancólica.
Los nuevos vecinos solo habían tardado unas semanas en hacerse amigos. Pero no fue solo la vecindad lo que les unió; el hecho de tener perro y salir a jugar solos al jardín – salvo por sus respectivas mascotas – facilitó aquella relación que ninguno sabía muy bien como definir. «¿No tienes hermanos?” – le preguntó ella una tarde mientras los perros de ambos se olisqueaban -. “No. ¿Y tú?” “Yo tampoco.” “Y tus padres, ¿nunca están en casa?”- le preguntó Harry -. “Mis padres trabajan hasta tarde, en su despacho, en aquella habitación de la buhardilla – dijo Joanne levantando la vista en dirección a la ventana iluminada -. “Y los tuyos…?” “Yo solo tengo padre…” – respondió Harry -. “Lo siento. ¿Qué pasó?” “Mi madre tuvo un accidente…” “¿La echas mucho de menos?” Harry asintió con la cabeza y luego miró en dirección al lago por toda respuesta. A partir de aquella tarde se hicieron inseparables, pero nunca más volvieron a hablar de sus padres.
Aquella tarde, un rato después de que todos se marcharan, Harry y Joanne seguían en el salón, sin saber muy bien de qué hablar. Él pensaba que le gustaría tener un amigo, pero no uno más, uno muy especial, alguien a quien hablarle de esas cosas de las que nunca hablan los chicos. Y ella pensaba que Harry era lo más parecido a la verdadera amiga que nunca tuvo por culpa de las continuas mudanzas. Harry miró de reojo a Joanne, y ella le sonrió. Joanne creyó que él estaba pensando en invitarla a que le acompañara al lago; Harry pensó que Joanne era lo más parecido a un amigo de verdad, a esa clase de amigo al que un chico puede contarle que extraña a su madre, que llora por las noches al recordarla, que siempre va solo al lago para mantener a salvo su secreto… O simplemente porque no tiene con quién compartirlo. No, se reiría de mí, piensa Harry cada vez que se plantea contárselo a alguno de sus amigos. Joanne miró a Harry, y él sintió que aquella tarde ya no quería bajar solo al lago. Pero Harry no dijo nada. Quizá porque no sabía cómo pedirle que le acompañara; quizá porque no estaba seguro de querer compartir su secreto. Finalmente, Joanne rompió el silencio. Le dijo que era hora de salir con los perros al jardín, que a los animales les vendría bien corretear un rato. Harry pensó en proponerle dar un paseo con los perros por el barrio, pero acabó haciéndole una propuesta que enseguida le hizo sentir inseguro, la propuesta que ella llevaba semanas esperando. “¿Me acompañas al lago?” – le preguntó -. “Vale” – le contestó ella intentando disimular su ilusión, sintiendo el corazón golpearle desde el pecho hasta la garganta -. Poco después, el niño que acababa de cumplir doce años, la niña que llevaba meses preguntándose por qué él bajaba solo al lago cada tarde, un pastor alemán y un setter irlandés caminaban sendero abajo. Diez minutos más tarde, Harry y Joanne estaban sentados a la orilla del lago, en silencio; él miraba un punto fijo en el agua justo delante de ellos; ella se preguntaba por qué Harry sonreía de aquella forma, por qué tenía aquella sonrisa en los ojos, precisamente él, que parecía no saber sonreír.
Continuará…
Paco Sánchez.
Un comentario
Bien Paco. Una novela juvenil de verano, de esas que se leen durante las vacaciones cuando eres jovencita y no las olvidas nunca. Una aventura con un chico….!!! Muy buena idea. Interesante tu personal forma de escribir, con frases cortas intercaladas de un personaje a otro, solo en forma de pensamiento, nunca verbal. Eso lleva al lector a una simbiosis con los personajes. Espero la continuación.