Se quedó mirando aquella libreta que siempre solía llevar debajo del brazo intentado escribir algo horrible, espantoso, terrorífico, pero por primera vez en mucho tiempo no había nada, nada de nada. No había monstruos, fantasmas o pesadillas, nada. Debería haberse sentido frustrada, el bloqueo de escritor había llegado, pero simplemente sonrió.
Se levantó del escritorio y se dirigió al espejo que hacía no mucho había mostrado la negrura de su alma, y por primera vez en mucho tiempo le gustó lo que vio; Esos hoyuelos, las ojeras marcadas incluso esos odiosos granos, le subió el volumen a una canción feliz y le gustó lo que sentía.
Naturalmente todo seguía siendo un desastre, la vida, el amor e incluso las palabras, pero la diferencia estaba en esa mirada al espejo y aquella canción feliz.
Ya no tenía miedo ni veía un monstruo en el espejo, no se odiaba ni necesitaba falsos príncipes que fingieran quererla. La vida, la suerte y todo lo demás seguía bocabajo , la diferencia es que ella había dejado de estarlo y todo parecía mejor ahora que ella misma era suficiente.
(Si quieres leer el álter ego de esta historia, podrás encontrarla en nuestra obra Cuentos fantásticos para dormir monstruos)