Me sigue doliendo al recordar cómo desperdicié diez años de mi vida. Diez años sin sentir, muerta, actuando por inercia, como un robot mecánico al que le ponen pilas y actúa autómata y repetitivamente su tarea hasta acabar la batería. Son confesiones que siguen doliendo.
Recordando
De noche, el poco tiempo que podía descansar, cuando cerraba los ojos, deseaba interiormente no volverlos a abrir nunca más, quería morirme, no despertar, porque un día más era un día de castigo. Un día más cercano a la muerte, un día más sin risas en el corazón, un día más de humillación y baja autoestima al sentir cómo las palabras “fea, inútil, vieja y gorda” te atraviesan, se te clavan como cuchillos que no te atreves a desclavar para no desangrarte entera.
El dolor de los golpes pasaba y se olvidaba, te recuperas e incluso llegas a olvidarlos cuando una vez más te pide perdón y quieres creerlo; pero el daño interior que producen las heridas del maltrato psicológico no desaparecen, se van haciendo cabida en tu cabeza y así te sientes, así te ven. Se alejan de ti, nadie quiere sentirte cerca porque dueles.
Dueles y a ti ya no te duele, porque dejas de sentir, tu corazón es como el negro carbón fundido con acero. ESTÁS MUERTA.
No sé cómo lo hice, no sé si por mis hijos, no sé si por mí, pero decidí alejarme del daño.
Renacer
Miré al cielo y los rayos de luz me enseñaron que la vida sigue, que hay épocas de niebla y lluvia pero que el sol sigue vivo.
El sol está ahí, tan solo tuve que abrir los ojos y mirar.
Así fue como la música volvió a estremecerme y sentí cómo mi piel se erizaba con cada nota, con cada canto. Volví a llorar con las películas y fui aprendiendo a disfrutar del placer del roce de la piel, de las caricias y de los besos. DEL SENTIR DEL AMOR.
Confesiones que siguen doliendo
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