Tal vez he descubierto el secreto de por qué El cielo está en tu sonrisa es tan brillante. Simplemente, no tiene ego. Versos como «el universo es una lengua cósmica» o «tanta luz como una novia en el altar» solo ocurren cuando uno no siente la vanidad de ser un escritor. Dejar de escribir cinco años, por cualquier circunstancia, te da hambre, pero tal vez sea la mejor receta para escribir grandes obras. ¿Qué pasaría si después de escribir todos los días adquiriendo oficio te vieras obligado a detenerte? ¿Qué pasaría si la vida te orillara a decir «basta, no escribo más»? Si cayeras en un profundo hoyo oscuro y en ese camino te sucedieran cosas inimaginables, viviendo tan intensamente que no te dejaran pensar.
Imagínate que en la caída aprendiste a suspenderte, no a volar, solo a contemplar, todo cayendo tan rápido a tu lado que los objetos se ven inmóviles. En esa caída de sensación suspendida llegará a ti la posibilidad de describir el camino al vacío final como un mártir que, sabiendo que finalmente se estrellará, empieza a ser feliz describiendo lo que queda del viaje. Ya no escribe el escritor; escribe el padre, el amigo, el hijo, el hermano, el ídolo, el mortal y, sobre todo, el viajero.
Jorge «Chino» Sabogal Dellepiane, compositor, músico y cantante.
Un comentario
Los textos que ustedes encontrarán en «El cielo está en tu sonrisa» de Christian Cortez Abanto resuenan a Mallarmé, para quien el poema era un objeto verbal, cuya validez es absoluta.
Resuena al simbolismo de Rimbaud, quien proclama la alquimia del verbo. Resuena a Baudelaire, quien se zambulle siempre en lo desconocido «para encontrar algo nuevo». Eso
nuevo, en estos tiempos, es un amor desbordante y «de otro tipo»: un amor inconmensurable de un padre a su hijo.
La portada, ilustrada y diseñada magistralmente por el peruano Julio Granados, conceptualiza cada poema en una unidad que realza todo lo escrito.