Cuando se habla de feminismo, a todos nos viene a la cabeza la idea de una mujer luchando por los mismos derechos que un hombre, ni más ni menos. Si bien en no pocas ocasiones observamos como hay quienes siguen creyendo que ser feminista es el intento de la mujer por superar al hombre, sobre todo por aquellos que temen que la realización femenina acabe por obligarles a tener que enfrentarse a los complejos que históricamente han acompañado al sexo masculino, o por mujeres que, todo hay que decirlo, viven muy cómodamente a costa del patriarcado y no aspiran a nada más en cuanto a la conquista de la igualdad de géneros, lo cierto es que el día a día de la sociedad está plagado de ejemplos que pueden llevarnos a pensar que suelen ser las propias mujeres quienes se ponen zancadillas entre sí.
Obviamente este es un tema delicado, y más en estos tiempos en los que el termómetro de los ofendidos salta a las primeras de cambio. Pero no por ello debemos obviar un hecho que se está dando con demasiada frecuencia ante nuestros ojos, los cuales no parecen sorprenderse ya por nada. Porque, ¿quién no ha detectado en mitad de la cotidianidad comportamientos de mujeres lanzando ataques más o menos desproporcionados contra otras mujeres? Por desgracia, aún tenemos que ser testigos de las actitudes machistas, desprecios lanzados con intención de cosificar a una chica que viste de una u otra forma, o criminalizando sin detenerse un segundo a conocer las causas de quien ha tomado la siempre terrible decisión de no tener un hijo. Lo llamativo de todo ello es que a veces esos desprecios provienen de mujeres que no dudan en abalanzarse sobre otras mujeres con intención de hacer daño e incluso de aplastar la autoestima de la persona hacia la cual dirige sus descalificaciones. Y es que, bajo mi punto de vista, una mujer pondrá a caer de un burro a otra, a infravalorar sus logros o a restarle méritos si cree que eso ayudará a elevar su propia imagen o, simplemente, a hundir la imagen de una mujer que no le caiga bien. En ese sentido, es la envidia la que mueve a estas personas a actuar de un modo tan poco elegante. Considero que la mujer no suele ser tan envidiosa con un hombre a como es cuando mira a otra mujer. Me arriesgo a afirmar que, por regla general, el hombre nunca critica tanto a una mujer como cuando las propias mujeres lo hacen entre ellas. Que si qué pocas tetas tiene, que si está gorda, que si está escuálida, que si mira qué pálida se ha quedado, que si es una lagarta, que si esos pantalones le quedan horribles, que si va provocando con esas pintas o que si se ha maquillado como un payaso. Parece haber frases diseñadas exclusivamente, no ya para fastidiarle el día a alguien, sino para destrozar hasta su propia vida. Puede que me equivoque, pero mientras el hombre compite por ver quién es el más fuerte, el macho alfa, la mujer, además de competir para triunfar, lo hace para pisotear a otras mujeres.
Un pequeño ejemplo evidente de este intento por parte de la propia mujer por desacreditar a otras lo encontramos en las noticias que hablan sobre agresiones sexuales, en las cuales se pone en tela de juicio la conducta de la persona agredida, bien haciendo hincapié en su comportamiento presuntamente provocador o incluso reprochándola el ir sola por la calle a altas horas de la noche. Se sospecha de la víctima antes que hacer una defensa a ultranza en torno a ella, más allá de que luego deba respetarse la investigación judicial. Y, aunque parezca sorprendente, también forman parte de esta especie de conspiración global hasta las suegras que sueltan el típico comentario despreciativo sobre la pareja de su hijo, aquel grupo de amigas despotricando en torno a la chica nueva que acaba de llegar, la ex que no espera ni un minuto en echar pestes encima de la nueva novia de su antiguo compañero y, en resumen, una variedad de descalificaciones, insultos o faltas de respeto provenientes, precisamente, de quienes deberían estar vigilantes para que evitar que sucedieran. Porque este tipo de zancadillas contribuyen a ralentizar el progreso de los derechos de la mujer en una sociedad empeñada en poner todo tipo de obstáculos dirigidos a entorpecer dicho desarrollo social. Bastante peso soporta ya el género femenino intentando transformar costumbres masculinas largamente instauradas, muchas de las cuales, por cierto, son aceptadas con obediencia por algunas las mujeres, como para que sean ellas las que compliquen aún más algo que parece inevitable, si tenemos en cuenta la lenta, aunque constante evolución de una sociedad más justa e igualitaria.
Quizá el primer enemigo que tiene la mujer en el presente a la hora de reivindicar derechos, además de la sociedad claramente patriarcal en la que vivimos, lo encontremos en las propias mujeres, empeñadas muchas de ellas en desacreditar a otras por el simple hecho de querer sentirse superiores, aun a riesgo de menguar la valía de quien trata de hacerse un hueco en el tortuoso camino de la igualdad de género. Como dijo Angela Davis: “El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”. Puede que algunas lo hayan olvidado.