Cuando escribes una novela y la editas no hay otra: tarde o temprano tendrás que presentarla en público. Sí, vale, podía haberle pedido ayuda a la gente de ExLibric, y estoy seguro de que me la habrían prestado. Pero cuando uno tiene sus años, es tozudo, y le gusta hacer las cosas a su aire, ya se sabe que es difícil enseñarle trucos nuevos a perro viejo.
De modo que me encontré como decía Lope de Vega (sin ánimo de compararme):
Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto…
La primera decisión fue dónde presentar. Hacerlo en la ciudad donde resido tiene la ventaja de que tus amigos y familiares pueden hacerte compañía, y el riesgo de que si te equivocas, tu ya de por sí escasa reputación se resienta. Planificar lejos… Bueno, los daños serían más controlables, a cambio de sentirte un tanto solo. Opté por la primera opción porque el beneficio potencial de ser arropado por mis paisanos me pareció superior al riesgo. Total, tampoco era tanto el prestigio ganado hasta el momento.
El siguiente paso es afinar dónde dentro de la ciudad. Seguí el consejo de una persona muy querida, además de vecina: ¿Dónde mejor que en una biblioteca? De modo que reservé el espacio, que por suerte estaba disponible si las fechas no coincidían con Carnaval. Eso me dejaba una semana de plazo para moverlo todo.
Ahora tocaba anunciar el evento. Los compañeros de ExLibric me presentaron unos modelos de cartel que adaptamos con la ayuda de otra persona muy querida – aunque no vecina – que tiene mejor gusto que yo. Ya solo faltaba publicar la cosa. Eso fue más sencillo, había que dejar carteles donde pudiesen verlo lectores, lo que nos limitaba a librerías y bibliotecas (en mi pueblo hay dos).
De paso, en la librería de Alicia – ¡muchas gracias! – me pusieron en contacto con clubes de lectura. Solo era cosa de contactar a los grupos por redes sociales.
Y sí, las redes sociales son imprescindibles. En previsión de esta ocasión me había creado una página de Facebook – ni se os ocurra hacerlo desde un perfil privado, a menos que no apreciéis en nada vuestra intimidad- y una cuenta de Instagram. La ventaja de estas dos redes es que desde una única plataforma puedes programar publicaciones en ambas.
Como solo tenía una semana para anunciarme, me senté un día en el ordenador y usando imágenes y grabaciones caseras programé toda la semana llenando cada publicación de eso que llaman hashtags y menciones.
Al poco tuve una ayuda inesperada: alguien contactó con la televisión local, estos se interesaron y me citaron para entrevistarme. La grabación fue emitida justo el día anterior a la presentación formal. Además, siendo gente amable como son, se ofrecieron a grabar la experiencia y emitirla la semana siguiente. Miel sobre hojuelas.
Busqué a alguien que me presentase en el evento, lo que no es fácil siendo uno bastante impresentable, pero lo encontré. Es David, el otro gran amigo (y vecino) que aparece a mi derecha en la fotografía de cabecera.
Por último, como no soy amigo de manejar dinero en B y quiero ayudar a las librerías de mi ciudad, hablé con otra librería local, que accedió a encargarse de la venta durante y después del evento los tomos que les dejé en depósito, a cambio de una comisión.
Ahora ya solo me faltaba decidir en qué iba a consistir mi discurso. Siendo mi estilo literario netamente humorístico, el tono ofrecía pocas dudas. El estilo, socrático porque permite hacer participar al público. Con estos mimbres construí un guion, que inmediatamente olvidé porque creo que no hay nada más aburrido que alguien ciñéndose al pie de la letra a lo escrito. Meter la pata – moderadamente, eso sí – otorga naturalidad.
Y así fue como cumplí con mis objetivos: una audiencia respetable, un momento agradable, el orgullo de firmar libros por primera vez, y una experiencia adquirida.
Ahora, toca planificar la siguiente, pero ya no me pillará de nuevas.