Fue difícil recordar de qué habíamos hablado aquel día. Tan sólo me quedó la sensación de que más que andar flotaba a ras de suelo con las mariposas del estómago jugando a enredar sentimientos y emociones, atrapando al corazón en la humedad de unos ojos definitivamente enamorados.
El parque era precioso. Nunca había estado allí y compartir su naturaleza cogidos de la mano era la perfecta estampa de cualquier historia romántica. Sólo faltaba que mi cabeza luciera con una pamela y tú llevases un traje ibicenco.
Hasta que tu rostro se transformó en un lagarto que empezó a perseguirme, convertida yo en mosca diminuta.
Y es que no sólo soñaba despierta contigo. Alguna noche, mi cabeza hacía locuras como ésta y el inconsciente se divertía torturándome con los imposibles.