Cuando estoy en el agua, recuerdo a mi madre. A ella no le gustaba. No iba a la playa y jamás la vi en bañador. Lo más que se permitía era meter los pies en un remanso del río Nalón que había en La Magdalena, antes de que desapareciese en el embalse.
Yo no soy como ella. Soy mujer de agua. Ni siquiera tuve prisa por nacer. Casi estuve diez meses en el útero materno, flotando en el cálido líquido hasta que me hice tan grande que casi nos cuesta la vida a las dos.
Hoy, mi poema va para ella. Mujer de tierra y de flores que siempre olía a hierbabuena y xaranzana.
El poema se titula «Mujer».
Ella es una mujer envejecida y misterosa
que esconde su voz rota y casi no me llega.
Avanza por la calle y,
su mirada, quieta señala algo cercano.
Le va pesando el tiempo,
y un latido, más rápido que el paso,
le está acariciando las entrañas.
Y no me dijo nada…
Aún se sabe viva…
Pero yo, no sé por qué,
he sentido que se borraba su figura.
Quise coger su mano
y apresuré los pasos
pero evitó el contacto.
Fue entonces cuando supe
que la anchura de un silencio
es más larga que la anchura de un adios.
-Mercedes