Un aire invisible
mueve la tierra seca
que pisan los pies descalzos de los niños.
No hay miedo en sus miradas,
saben que las luces en el cielo
van cayendo para matar a otros,
a ellos no.
El cuerpo les advierte que tienen hambre,
pero olvidan pronto el dolor en el estómago
y juegan.
No pueden abandonar ahora
la pelota de trapos y papeles
porque saben que no duraría más de tres patadas
si se hacen con ella los niños grandes,
que ya llevan fusiles.
Alguien canta dentro de una choza sin tejado.
Parece una voz vieja,
como la de las madres, casi niñas,
que no suman arrugas en sus rostros.
Son cantos de furor, con notas casi iguales.
Hiede la tierra.
Miran, oyen, juegan,
oleadas de vidas,
pequeños corazones acostumbrados a vivir.
Inútiles tristezas…
¿Qué les falta a esos cuerpos para que ya estén muertos?
No hay dioses que les amen.
Sólo el sueño y la inocencia
pueden adivinar sus risas.
Y siguen cayendo luces desde el cielo
para matar a otros,
a ellos, no.
Mercedes (Gijón, 28 de Setiembre de 2023)