Desde su retiro, con sesenta años cumplidos, José Luis, el hijo del Pielero, hace una retrospectiva de su existencia y evoca las vicisitudes que ha tenido que solventar, los vericuetos que ha tenido que recorrer y la astucia con la que se ha defendido de un mundo a veces acogedor y otras inhóspito para conseguir orillar el futuro al que estaba abocado. El camino es largo y espinoso, pero se hace más liviano cuando aparece esa persona a la que estabas predestinado.
Después de su libro de relatos Pandémicos y sempiternos, Salvador Nombela vuelve a sumergirse en una de sus temáticas predilectas, la complejidad de las relaciones humanas, y la aborda utilizando una prosa fluida, feraz y sincera, pintando un mundo egoísta en el que todavía subyace la esperanza. Ácida, irónica, cotidiana, cruel, tierna y con giros inesperados en la trama, esta obra plagada de dicotomías (campo y ciudad, vida y muerte, amor y odio, violencia y respeto) no es realidad ni es ficción, es las dos cosas. El autor deja en manos del lector discernir cuándo se trata de una u otra.