Al cabo del día, regresaba andando muy despacito a su casa, degustando la calidez de la brisa del invierno que endulzaba la tarde, que estaba a punto de arroparse con el manto repujado de frías filigranas de la noche. En la calle, donde siempre se detenía para hallar las fuerzas necesarias para enfrentar las ácidas indiferencias de la soledad de su cuarto… «Nada es duradero», declaró desde sus íntimos pensamientos. «Mi soledad es el regalo anticipado de la nada que nos aguarda a los hombres y las mujeres» … Tranquilo, congraciado con el absurdo de las cosas, creó el primer paso para recorrer el camino hacia la vacua promesa de su íntima solitaria libertad.