Ayer domingo, tomé mi cámara y salí a recorrer las calles con la intención de perderme por estas mis queridas callejas…, y sin ninguna premeditación por mi parte, terminé en la glorieta de los lotos.
Había un sol que radiaba su resplandor sobre las personas que allí nos apoltronábamos indolentes en los bancos de mampostería, absorbiendo con glotonería sus suaves caricias, y las tenues brisas que de tanto, en tanto rizaban la superficie del arábigo estanque, del que en otros tiempos emergían los blancos lotos amparados por los mantos de verdores oscuros de sus amplias hojas.
Me entristeció la ausencia de aquella mística floresta que tapizaba el agua del morisco aljibe, y la prolífica familia de cisnes que me acompañaron durante tantas tardes plagadas de ensueños y olores de primavera en mí glorieta de los lotos…