Querido diario, espero que cuando me haya ido, aquel o aquella que te lea,
lo haga sin ánimo de juzgarme; que decida comprender, que las cosas no
son como, las que aquellos que marcan nuestros destinos, han querido que creamos, pues
incluso entre el blanco y el negro, hay una línea infinita de gradaciones, pero sobre
todo; que en el exterior de la caverna, la vida se desarrolla salvaje y libre… sin
cadenas.
He procurado una y otra vez alcanzar la comprensión de lo que late dentro
de mí; pocas veces he logrado atrapar un leve vislumbre de lo que existe más allá
de los laberínticos velos de mi existencia, he intentado muchas veces desnudar mi
alma, y mi deseo se vio malogrado por mi ceguera, pues lo que intuía más allá de
las palpitantes sombras que nublaban mi corazón y mi alma me aterrorizaba. El
abismo que yo sabía delimitaba la frontera entre lo ilusorio y lo eterno, me ofrecía
un glorioso renacer si tenía el valor de abrazarlo lanzándome al vacío.
Las puertas estaban abiertas, sin embargo, mi cobardía siempre me impedía traspasarlas. Ahora, espero curioso y tranquilo el desenlace que en un futuro,
quizás no muy lejano, me liberará de la carga de esta vida, a la vez, mágica y cruel.
He caminado, enfrentado demonios, placeres efímeros, y vaciedades, orgulloso por haber desafiado mis fantasmas sin doblegarme.
He reído, blasfemado y llorado, temeroso, pero erguido…