José Algar Burgueño (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1944) disfrutó la niñez en su pueblo entre juegos y los estudios en una escuela de primaria de la época, donde tuvo la suerte de encontrarse con un maestro de la vieja escuela, don Juan Garrido, el cual influiría en él decididamente. La formación académica que recibió fue sólida, tanto en el aspecto moral y ético como en el intelectual, aunque básica, pues fue en un colegio de curas, el seminario de Málaga, donde cursó sus estudios de Bachillerato. Dejó el colegio y a partir de entonces su vida fue un carrusel. Para hacerse un hueco, y como tantos otros, emigró a Cataluña. Trabajó donde pudo, abriéndose camino hasta conseguir un empleo a la medida de sus aspiraciones y de su formación.
Se ha de decir también que no rompió los lazos con su lugar de origen, hasta el punto de que su amor, que residía en ese sitio fantástico, que era el lugar de nacimiento de ambos, vino a reunirse con él y viven en admirable armonía hasta el día de hoy. La vida les sonrió y tres hijos alegraron su existencia, además de los tres nietos, que son la alegría y el orgullo de la familia. Hombre austero, siempre anduvo enredado en la lectura —todo tipo de lectura— y en el aprendizaje de aquello que le atraía. Sin embargo, no fue hasta que le llegó la jubilación cuando de verdad descubrió su verdadera vocación, la poesía. De ahí, querido lector, el libro que ahora tiene en sus manos.