Cuando alguien te habla bajito y, lo que oyes acerca de ti, jamás quisieras que cualquiera que pasase a tu lado pudiera enterarse, entonces, es que, ese alguien, te está diciendo la verdad.
La verdad pasea con diferentes apariencias.
Está la verdad a secas, que salta a la vista.
Existe la pura verdad, que es la verdad desnuda.
Por cierto, no es verdad que haya verdades a medias. Esas son mentiras pendientes de contrastar.
Escuchamos las verdades del barquero, verdades que matan, verdades que hieren y verdades que duelen. Pero ojo, la verdad es solo una y no por ello es vanidosa porque, entonces, no es verdad.
La verdad, en ocasiones especiales, es tangible, podemos darla, tocarla. Sí, sí. Te aseguro que es así, a no ser que nunca hayas dado un abrazo de verdad. En tal caso, hazlo. Entregar la verdad produce una maravillosa sensación.
La verdad puede que no te guste pero viste de blanco y huele a jazmín. Es limpia, clara, transparente.
Aunque pretendamos esconderla, encerrarla bajo siete llaves o echarla al fondo de un pozo, resulta absolutamente imposible ocultar la verdad. Hoy, mañana, dentro de semanas, meses o años, incluso ya muertos, siempre, siempre está la verdad. Es imperecedera, eterna. Así es la verdad. No te engañes ni te dejes engañar. Si lo haces, es que no quieres aceptar la verdad.