– Me estás tomando el pelo -dijiste sin dejar de sonreír- no existe el arcoíris blanco.-
No sabía si bromeabas. Siempre eras tú la que me sorprendía con datos curiosos, aunque era yo el que viajaba por medio mundo y por una vez que me adelantaba a la anécdota diferente, no te la creías.
– Te lo digo en serio, lo vi y me explicaron cómo se formaba…-
– ¡Bueno, va, déjalo! – ahí estaba, esa soberbia adolescente que se creía conocerlo todo- el iris, si atendemos a su significado primitivo, hace referencia a todo aquello que muestre los colores del espectro visible…-
Te dejé hablar. Los abuelos y los tíos empezaron a levantarse de la mesa, encogiéndose de hombros y sabiendo que nada podía hacerte callar hasta que expusieras, punto por punto, el por qué de tu razonamiento. Cuando terminaste, orgullosa de la conclusión final «arcoíris blanco es una contradicción en toda regla», tu mirada desafiante no se apartaba de mí. Dudé por un segundo si dejarte con aquella sensación victoriosa o no. Para mí, no era uno de tus debates del instituto; era, tan solo, compartir una experiencia que viví con fascinación. Metí la mano en mi portfolio y saqué dos fotos… ¿te acuerdas cuando había que revelar los carretes? Parece que han pasado siglos… No dije nada, simplemente te las mostré y tus labios se fruncieron, coloreándose las mejillas. Nunca había sido mi intención molestarte, pero algo debió de pasar porque en las siguientes ocasiones, te volviste más cauta a la hora de opinar sobre algo.
(«Hacia el Invierno» – fragmentos ocultos)