A lo que jugué y perdí.
A los dados tru(n)cados.
La moneda tirada al aire en la que en las dos caras
solo había una cruz.
A las cartas bajo mesa, boca abajo, o con señales ocultas de
tinta invisible a mi vista, a modo de pista en mi contra y a favor
de mis adversarios en la partida del amor.
Jugué y permití que lanzaras mi corazón a falta de dados,
golpeando con fuerza en la ruleta del azar, donde la apuesta
siempre daba como ganador al negro, al número inexistente, al
caballo perdedor sin herradura de la suerte.
Nunca tuve trébol de cuatro hojas, ni cupones premiados.
Las equis de las quinielas fueron marcadas a modo de sentencia
o sanción, no de pasión.
Los boletos de sorteos caducados, rifas sin regalo, concursos
finalizados por falta de audiencia y motivación.
Apostar por ti fue como perder el corazón ante la muerte
de la emoción sin posibilidad de resurrección.
Apostar por ti fue perder sin haber jugado.