Fue aquel atardecer, ansiando un abrazo que no llegaba, el temblor de unas manos que no me rodeaban…fue aquel atardecer transformado en pirámide invisible que me recordó la soledad del individuo, entre paredes translúcidas, vistiéndose de amarillo y naranja…fue aquel atardecer el final del día y el principio de la muerte, la desesperación, la libertad, el miedo, el amor, el pánico y el fin de la ceguera.
Fue aquel atardecer el que me devolvió al principio, a la nada, a la unicidad y al ser.
Fue aquel mar perdido entre sombras de violetas, naranjas y rosas, que dejó de intentar mostrar su azul para transformarse en otra cosa.
Y la pirámide abrió su puerta invisible y dorada.
Y el silencio se hizo uno.
Y el viento desaparecía entre voces robadas.
Fue aquel atardecer el que removió todo por dentro,
llevándose lo roto, vaciando las cenizas del invierno,
dejándome en una soledad no buscada,
susurrándome el nuevo camino hacia una realidad dentro de la nada.