Me he convertido en un anciano decrépito al que le cuesta caminar sin la ayuda de un bastón y el hombro derecho de mi sufrida Amanda, al que me aferro como si me fuera la vida en ello…
Mi dulce Amanda, desde el primer día en el que nos conocimos me tendiste tu frágil y firme mano para que yo me dejase llevar por todos los caminos por los que hemos transitado juntos: Los escabrosos, los senderos placenteros, los laberintos levantados por la vida, y las malsanas injusticias que tantas veces nos impidieron avanzar…
Los dos aprendimos, tú y yo supimos afrontar y sortear los escabrosos escollos de las orillas ciegas.
¡Cómo podría yo partir sin dejar claramente dibujados en los tapices del tiempo tu infinita compasión por todos los seres que pueblan esta brusca vida y… sobre todo, por mi persona!
Cuando te conocí, yo supe que tú eras el ser que mis amables deidades me habían regalado.
La plaza, el pequeño rincón donde yo me emborrachaba alegremente, se transformaron en los inamovibles símbolos de mi liberación.
Tú cambiaste mi condición de vagabundo derrotado, en un erguido y orgulloso hombre libre; tan solo con el roce de tus inquietos ojos, mi yo ansioso gritaba:
¡Vida no eres nada! Tu absurdidad ha perdido su poder.
¡Desde ahora celebraré con indecible orgullo la sinfonía que compondrán mis palabras y mis libros!
¡Amanda, tú y yo somos la mujer y el hombre nuevo que desafiarán a la vida y a la muerte!
A la vida, por quitar tanto y otorgar tan poco, a la muerte, por la breve complicidad de sus sonrisas.
Juntos hemos abrazado la majestad de la sonora realidad de Víctor Jara…
Yo, te recordaré, tú me recordarás… porque la vida puede ser eterna en cinco minutos
Un comentario
Es una reflexión mágica escrita desde el corazón ,digna de un nobel
Enhorabuena