De pronto yo ya era una adulta. Los años pasaron y no nos volvimos a ver. Es increíble como a veces nos alejamos de los seres queridos sin un motivo, solo por circunstancias de la vida y la verdad es que yo no me resignaba a perder el contacto con ella, sobre todo después de haber sido casi como hermanas cuando éramos niñas y de tantas cosas vividas en el caserón de Pompeya. Es que esa casa tenía magia, la magia de nuestra abuela y cuando ella partió fue como si una parte de nuestra infancia y de aquella unión que todos siempre habíamos tenido, partiera también con ella y en parte por eso fue que ya no nos veíamos.
No digo que no nos habíamos vuelto a ver nunca más, es que era esporádico. De hecho yo tenía fotos con ella y nuestros primeros hijos pequeños y algunos recuerdos un poco vagos. Entonces me decidí y la llamé. Yo estaba embarazada de mi segunda hija, recuerdo que fui a un teléfono público que estaba cerca de mi casa, de esos a los que había que ponerles monedas. Ella respondió con un hola elegante, seguro, distinguido.
Me emocionó oír su voz no solo por el amor que siempre sentí por mi prima sino por todos los recuerdos que en pocos segundos pasaron por mi mente.
A partir de aquel momento se retomó un contacto un poco más fluido, pero no fue sino hasta varios años después que volvimos a hermanarnos.
Sus tres hijos, mis dos hijas, ella y yo. Todos alrededor de una mesa redonda, parecía una película.
Para variar yo estaba atravesando un momento difícil y fui a verla para refugiarme en sus consejos. Sin darnos cuenta era de madrugada y ya habíamos recorrido nuestra infancia a través de recuerdos y habíamos comparado nuestras adversidades de mujeres adultas llegando a la conclusión de que nos sentíamos como un imán para las cosas negativas.
Entonces empezamos a elaborar un plan de ataque para nuestra mala suerte, para no permitirle entrar nunca más a nuestra vida.
Parafraseando de a ratos fragmentos del libro El Secreto como si fuésemos expertas filósofas y literatas, nos propusimos unir fuerzas y entonces los siete miembros de aquella mesa redonda fundamos “el club del secreto”. Era casi una logia. Bueno en realidad lo era. Era una verdadera logia.
Nos prometimos pensar siempre en positivo para poder atraer a nuestras vidas solo cosas positivas. Ser siempre amables para recibir más de lo mismo. Recuerdo que hasta cuando iba a comprar el pan le decía a la empleada –Te ves muy bien hoy ¿has ido a la peluquería?, también saludaba al conductor del autobús al momento de subir (cosa que casi no se usa en Buenos Aires)y cosas por el estilo. Y así incorporamos estrategias de buena energía y positividad que como obedientes soldados seguíamos y nos sentíamos invencibles. Y por un tiempo lo fuimos realmente.
Comenzó una etapa en la que todo salía bien y claro, como ocurre casi siempre, uno se confía y pierde la partida. ¡Qué difícil es mantenerse siempre positivos!
Cada tanto nos volvíamos a reunir y renovábamos fuerzas para continuar, era como renovar los votos de la logia. A veces ella me llamaba o yo a ella y nos decíamos : –Es hora de un refuerzo, las cosas se están desviando, necesitamos unir fuerzas.
Y como leales soldados acudíamos sin dudarlo al frente en la nueva batalla. A veces la vida nos sorprendía a cada una de un lado diferente del océano por lo que las reuniones se realizaban casi como una metáfora, quizá encendiendo una vela a la misma hora, quizá con una llamada. Lo importante era darnos fuerzas y no desmantelar el club, porque era el club del secreto lo que nos hacía indestructibles.
Los años siguieron pasando y ahora los que ya son adultos son nuestros hijos.
Si alguien se pregunta qué pasó con el club del secreto, pues yo todavía conservo una foto que todos nos hicimos alrededor de aquella mesa, bueno todos no, yo saqué la foto y por lo tanto no estoy en ella pero todos sabemos que sí estaba. Nuestros hijos no lo mencionan mucho pero yo estoy convencida que internamente lo mantienen latente al igual que mi prima y yo.
Todos necesitamos un club del secreto que nos de fuerza y nos haga sentir invencibles, porque la vida seguramente nos pondrá a prueba más de una vez y cada momento difícil será más fácil de superar si no estamos solos pero sobre todo si tenemos una actitud positiva.
(A mi prima Gilda)