El permiso es una de las cosas más importantes como enseñanza de vida, tan sencillo de definir, como complicado de vivir, pero -sin duda- fuente de tristeza o de alegría.
No me refiero a esos permisos habituales del hacer diario como el permiso para tomar unas vacaciones -fuente de alegría, por supuesto- o el permiso de conducir tras superar las pruebas pertinentes.
Hay un permiso que es a la vida misma, sea como sea en cada instante.
Cuento en mi libro «En silencio. La mirada interior» una historia de mi vida que es ampliamente compartida: la pérdida de alguien querido en un accidente, o lo que podría ser también por una enfermedad que acaba con la vida de alguien al que le suponemos le quedarían años de vida. Y es curioso que supongamos años de vida adicionales a alguien de nuestro entorno como si pudiéramos adivinarlo (en realidad acudimos a una creencia que nos dice cuanto más o menos ha de vivir alguien). Y sin embargo no es así pues cada alma decide el momento en que deja el traje del cuerpo.
Estas situaciones de “muerte imprevista, ilógica, injusta…” generan un gran sufrimiento porque se presupone que podrían haberse evitado. Si el coche no hubiera ido tan rápido, si la persona hubiera acudido antes al médico o no hubiera esperado tantos meses a operarse del corazón -¡esa maldita pandemia que retrasó tantas cirugías!-, en fin seguro que en tu vida hay algo similar… Pues bien, todas esas situaciones generan gran sufrimiento porque no permitimos que sucedan así las cosas. Una parte de nosotros se rebela ante algo que creemos evitable y entramos en un círculo de pensamientos que pretende manipular las situaciones, manipular los comportamientos, manipular -en definitiva- la vida tal y como sucede.
En la película «El efecto mariposa», que me impresionó en su momento, -se lanzó en 2004- el protagonista viaja al pasado para cambiar lo que no le gusta de su presente y como resultado no hace más que perjudicar a sus seres queridos lo que le lleva a la locura y en la versión del director a suicidarse en el vientre de su madre antes de nacer con el cordón umbilical. Más allá de la fantasía de un guion de cine, pretender cambiar algo significa construir la realidad bajo mi propio deseo y eso ni Dios se lo permitió en la creación.
Cada día nos encontramos con pequeñas cosas que no permitimos. Eso que me molesta de mi pareja, de mi hijo, de mi compañero, del político de turno, es lo que no permito. Es lo que me causa inquietud, molestia, discusiones, amargura interior. No permitirlo es lo que me aleja de ti, lo que me separa de ese “horrible mundo” para meterme en el mio, en pura soledad que, por otro lado, tampoco me apetece permitir…
A través del silencio, a través de la mirada interior a mi centro puedo permitirlo absolutamente todo aceptando que lo que es, sencillamente es. Que lo que es, no puede ser de otra manera por mucho que piense en cien alternativas.
La vida es solo en la manera que es.