— ¿Puedes verla? —le preguntó sin dejar de mirar el agua.
—No te entiendo, Harry…
— Lo sé, no puedes verla. Solo yo puedo.
—¿A quién, Harry? ¿A quién no puedo ver?
Harry tardó una eternidad en contestar, al menos eso le pareció a Joanne.
—A mi madre —dijo al fin Harry con un dejo de tristeza en la voz.
Joanne lo miró en silencio, sin saber qué decir, sin atreverse a decir nada. Y entonces entendió por qué Harry bajaba cada tarde al lago. Lo recordó caminando sendero abajo, con la única compañía de su perro; y lo imaginó allí, solo, sentado en la orilla, mirando una cara imaginaria reflejada en el agua, sonriéndole a su madre, sintiendo que ella lo miraba a través del agua del lago. Entonces, solo entonces, Joanne pensó que cambiar de casa y de ciudad cada año, no es lo peor que le puede pasar a alguien que aún no ha cumplido los doce años.
Joanne le tocó el hombro y Harry se giró hacia ella. Él tenía los ojos húmedos; ella sintió ganas de abrazarlo, pero no sabía cómo se abraza a un chico que te hace sentir mariposas en el estómago cuando te mira. Y Harry quería abrazarla, pero sintió vergüenza de no saber hacerlo; él había abrazado a otras chicas, pero Joanne era diferente, pensó, las otras no le hacían cosquillas en el corazón. Durante un breve pero eterno instante, ambos se miraron sin decir nada, diciéndose con los ojos mucho más de lo que se puede decir con palabras. Luego Harry volvió a fijar la vista en el agua y Joanne le imitó.
—¿Porqué solo yo puedo verla? —preguntó Harry sin dejar de mirar el agua.
—Porque tú no la miras con los ojos…
Harry la miró sin entender nada.
—Tú la miras desde aquí —dijo Joanne tocándole el pecho a la altura del corazón.
Harry sonrió. Nunca hubiera imaginado aquella respuesta, pero era la respuesta que hubiera elegido escuchar… si hubiera podido imaginarla.
Se quedaron un instante en silencio. Luego, ella le preguntó:
— ¿Cuándo la viste por primera vez?
—A los pocos días del accidente…
Aquella tarde, Harry había bajado al lago por primera vez tras la marte de su madre. Su padre estaba trabajando y él salió a pasear con su perro. Después del accidente, Harry no había vuelto a bajar al lago; le dolía la sola idea de sentarse a la orilla sin su madre. Hasta pocos días antes, cada tarde, Harry y su madre salían a pasear con su perro; bajaban por el sendero, llegaban hasta el lago y se sentaban en la orilla, se descalzaban y dejaban que el agua les mojara los tobillos. Pero después del accidente, Harry fue incapaz de volver al lago… hasta que aquella tarde, el pastor alemán echó a correr delante de él y no se detuvo hasta llegar justo donde ahora estaban sentados él y Joanne, donde siempre se sentaba con su madre. Su perro se había sentado y meneaba la cola sin dejar de mirar a Harry. Entonces el chico le acarició el lomo, las orejas, la cara… y el pastor alemán empezó a ladrar en dirección a un punto concreto en el agua, un punto justo delante de ellos. Aquella tarde, por primera vez, Harry vio el rostro de su madre reflejado en el agua. Quiso abrazarla, pero enseguida comprendió que no se puede abrazar el agua. Lo intentó repetidamente, pero solo consiguió sentirse más triste. Empezó a golpear el agua, a maldecirla por burlarse de él de aquella forma tan cruel. Y cuando ya no le quedaban fuerzas, se sentó de nuevo en la orilla, metió la cabeza entre sus rodillas y lloró de rabia. Pero, poco después, cuando levantó la cabeza, el agua se había serenado y pudo ver de nuevo la cara de su madre reflejada en el lago, justo delante de él. Quiso entrar en el agua de nuevo, pero el agua se agitó deformando el rostro de su madre. Entonces Harry comprendió que solo podría mirarla… y empezó a aceptar que ya no podría volver a abrazarla nunca más.
Desde aquel día, Harry bajaba cada tarde al lago para estar un rato con su madre. Pero no se lo había contado a nadie, aquel había sido su secreto hasta que Joanne se sentó junto a él en la orilla. Harry y Joanne se miraron. Luego, ambos se cogieron de la mano. Y apenas ellos entrelazaron sus dedos, una sonrisa se dibujó en un rostro reflejado en el agua del lago.
Fin.
Paco Sánchez
Un comentario
Entrañable, Paco, como todos tus escritos. Con sabor agridulce literario que obliga al lector a pensar, a escudriñar el AMOR en toda la extensión de la palabra. Un abrazo.