Tres años llevaba viendo dar vueltas a los clientes por aquel túnel del terror como si fueran ratones en un laberinto. Los asustaba todas las noches, dentro siempre era de noche. Los odiaba todos los días, especialmente a los niños. Odiaba sus caritas sofocadas y sus risas histéricas.
Tres años llevaba amando en silencio a Sole, la chica de la taquilla. Siempre metida en aquel cubículo, siempre con aquella mirada distante y fría que lo atravesaba sin reparar realmente en él. Nunca había hecho nada importante para merecer su atención, pensaba a menudo.
Antes había trabajado mucho tiempo en un matadero industrial. Allí pasaba ocho horas tajando mecánicamente piezas de las grandes reses que colgaban sanguinolentas de un gancho. Ninguna de ellas se había quejado de su trabajo, ni había intentado simpatizar con él. No como sus compañeros, una panda de patanes que trataban de integrarlo en el grupo, hasta que lo dejaron por imposible.
Todas las noches, dentro siempre era de noche, preparaba su disfraz de Freddy Kruger, cómo odiaba a Freddy Kruger. Se identificaba con él, más allá de su trabajo y, tal vez por eso, lo odiaba más aún. Se equipaba minuciosamente con la camiseta a rayas agujereada, el sombrero y un par de largos machetes y salía a repetir el odioso ritual del terror comprado.
Pero aquella noche todo iba a ser diferente. Llegó pronto y se esmeró en su puesta en escena. Para esta ocasión, había cambiado su guante de cuero marrón con garras de metal por una sierra mecánica. Le llenó a tope el depósito y esperó fumando tranquilamente la llegada de los clientes. Como siempre, llegarían en manada, aborregados y dando voces. Pasarían delante de ella, que les dedicaría, a ellos sí, su mejor sonrisa. Cómo odiaba a los clientes. Cómo amaba a Sole.
Aquella noche, un leve cambio en la trayectoria de la sierra lo cambiaría todo. Sole sabría por fin quién era él. Vio desde la oscuridad del túnel, dentro siempre era de noche, entrar el primer grupo y dos niños que se habían separado del resto. Arrancó la sierra y el chirrido provocó el primer grito de terror. Cómo odiaba aquel primer grito. Avanzó decidido a cambiar su suerte.
Cuando los primeros del grupo salieron corriendo y gritando del túnel vieron la cabeza de Sole colgando por fuera del mostrador de su cubículo. A su lado estaba sentado Freddy Kruger, que la miraba embelesado desde el suelo pensando que aquella sonrisa que aún se dibujaba congelada en su rostro, iba dedicada a él por primera y última vez.