– Hay un momento en que asumes que la muerte está ahí, tranquila, esperando -ella habla sin ganas, buscando palabras adecuadas para algo que no lo es-. Yo puedo imaginarla, incluso, tomándose un café en la barra de un bar, decidiendo quién será su compañía ese día. Unas veces sin prisa, con indiferencia, porque, en ocasiones también le gusta estar sola y el ser humano le aburre; otras, saboreando el dolor que va a producir, siniestra, malvada y retorcida. Sabes que sucede, pero no quieres que suceda.-
– Tiene algo magnético -reconoce él-, una fuerza irresistible tras la que te irías sin dudarlo. Te abofetea, te deja sin aliento y, de pronto, te vas detrás, creyendo que el dolor que te ha dejado sólo ella lo puede curar.
– Querías irte… -recuerda con lágrimas en los ojos.
– Quería irme -agacha la cabeza-, la forma en que me vació por dentro era un abismo que lo abarcaba todo, ya nada importaba, absolutamente nada. Vivía entre las gasas de sus ropas sin saber siquiera si era de día o de noche, sólo estaba ella, sonriendo, sabiéndose victoriosa, ella siempre gana.-
– Y entonces…
– Entonces, se abrió la puerta…-
Un escalofrío recorre la piel de ambos, la cabeza agachada, el recuerdo colgado del corazón y éste, éste hecho trozos de ceniza.
(«Hacia el invierno»-fragmentos ocultos)