Me preguntas si cuándo decidí divorciarme, al fin y al cabo, la relación estaba mal por ambas partes. Es una gran pregunta, pude amoldarme a una vida de compañeros, sabiendo lo que él podía ofrecer y lo que yo estaba dispuesta a invertir. De hecho, en los últimos años vivíamos así, sin esperar nada del otro, solucionando el mínimo de una convivencia en común, sin sobresaltos ni ninguna discusión explosiva de las que te hacen pensar «hasta aquí hemos llegado», no, no sucedió nada de eso. Lo que sucedió fue más sutil y, probablemente, pensarás que fue una tontería… De pronto, un día, volvía después de una quedada con amigos, con el alma vibrante de risas y alegría, él me veía llegar, decía cualquier cosa o se veía con el derecho a preguntar por qué venía tan feliz y me borraba la sonrisa de un plumazo. O había recibido la enhorabuena por un trabajo determinado, ya no por los jefes, sino que a algún cliente le había recuperado una pieza antigua recuerdo de un abuelo y la emoción se contagiaba en el corazón. Él no lo entendía y lo despreciaba… Y así, una con otra, descubrí que las cosas más bonitas de mi vida sucedían cuando él no estaba. Fue en ese momento cuando lo decidí…