El sol atravesaba las hojas de la vid de porte alto que cubría sus cuerpos. Se balanceaban en una hamaca de gruesa cuerda, acostados y en paz, disfrutando del juego de luces y sombras de aquella primavera.
– Te lo he dicho mil veces, para mi, lo peor fue la soledad -dijo él-, y al principio, daba muchos pasos atrás antes de enfrentarme a ella…Quizás, tú no la notaste tanto, con tu enorme familia por todas partes, los hijos demandando espacio y tiempo, pero yo…yo me quedaba solo realmente, en un piso sin nadie a mi alrededor.
Ella lo abrazó un poco más fuerte y hundió la cabeza en su pecho mientras pensaba:
– La vida nos da esas paradojas, ¿verdad? Hubo un punto en el que suplicaba porque mis hijos fuesen un poco más independientes, mi familia no me necesitara ni mis amigos se empeñaran en darme compañía…yo quería la soledad que tú tenías, y tú buscabas una soledad impostada como la mía…-
– Visto así, la vida es un poco tocapelotas – se echó a reír.
– Sí, pero la realidad es que todos estamos solos, si lo piensas, todos estamos solos al final, otra cosa es que la presencia física de alguien nos distraiga de ello.-
Él frunció el ceño mientras le besaba la frente:
– No sé si te estoy entendiendo.-
– En aquel momento, cuando los niños se acostaban y yo cerraba la puerta de la habitación, entraba en mi soledad buscada y real. Sentía paz porque necesitaba hacer hueco, necesitaba ese espacio para organizar mi interior, enfrentarme a mis emociones y comprender cómo había llegado a aquel punto, por qué me había anulado ante un hombre que, al final, tan sólo era eso, un hombre, por qué no lo había dejado antes, qué llevaba dentro, dónde estaba mi lugar y qué camino quería crear a partir de entonces… -levantó un poco la mirada, intentando verlo-… lo que no entiendo es por qué a ti te daba miedo enfrentarte a eso.-
– Porque yo nunca he estado solo… –
– Eso no es cierto -pudo percibir su extrañeza y volvió a hundir la cabeza en su pecho- cuando tu padre enfermó, te quedaste a solas, levantando la situación y tirando hombro con hombro con tu madre. Cuando ella siguió su camino, te hundiste y…-
– Pero, tú lo has dicho, primero estaba mi madre, luego, cuando ella se fue, los compañeros de trabajo, el apoyo de tu padre y tu abuelo.-
– No, no me entiendes -sonrió suave, dejó que el silencio ordenara los pensamientos-, las personas que amas pueden echarte una mano, estar ahí, hablarte y comentarte, darte opiniones de cómo te ven o de lo que deberías hacer, pero a la hora de la verdad, cierras la puerta y estás solo. Las personas a tu alrededor son distractores como la televisión o un buen libro. Ninguna de ellas podrá hacer las cosas por ti ni entrar en tu corazón y calmarlo, ninguna de ellas puede quitarte de dónde estás y sanar lo que sólo tú, puedes sanar. Por mucho que tengas a alguien a tu lado que amas, ni la palabra más bella ni el abrazo más íntimo pueden deshacer la realidad de lo que llevas por dentro. Estás solo. Sí, pueden distraerte de esa idea, hacerte creer que no. Pero, piénsalo, cuando sucedió todo con tus padres y mi familia hizo porque no te hundieras. Ellos te ofrecieron una posibilidad, la decisión de tomarla o no, fue tuya. Las decisiones salen de dentro de nosotros, no de fuera. Eso es la soledad. La coherencia entre el pensar, el sentir y el hacer, la decisión última, el último pensamiento, eso es la soledad…y la tememos porque ello implica la responsabilidad de lo que vivimos.-
– A veces, somos un poco niños, ¿no?
Ella sonrió irónica:
– ¿Sólo a veces?-