Quien no ama la vejez ha perdido más de la mitad de su vida.
Quien no aprecia una piel arrugada, donde cada pliegue es un fragmento de historia y sabiduría, se mantiene ignorante a un vasto conocimiento.
Quien no ama la piel blanca vestida de manchas de tiempo se ha quedado en la ilusión fantástica de la niñez, acurrucadito entre los algodones de «mamá me cuida», débil, indefenso, egoísta esperando a que los demás lo rescaten de sus miedos.
Quien no ama la vejez no es consciente de las miles de posibilidades que le ofrece el hecho de existir.