– ¿Qué haces aquí -preguntó la bruja-, ya no nos necesitas?-
La mujer la vio con los ojos húmedos de alegría y ternura. Si ella supiese lo mucho que las echaba de menos… en realidad debería saberlo, era parte de su sabiduría.
– Es la primera vez que siento esta lejanía tan extraña en el uno de noviembre. No es rebeldía, como dicen en casa, simplemente no me sale hacer lo que siempre se hace, lo que la tradición dicta.-
– ¿Y si miras dentro de ti? -preguntó la bruja, atravesándola con la oscuridad del iris fijo en ella.
– Estoy en calma.-
– Porque ahí, querida, es donde residen tus muertos, en cada pedacito de corazón que reservaste para ellos cuando partieron. No necesitas buscarlos en una iglesia ni en un cementerio -su voz ronca le hacía vibrar la piel.
La mujer agachó la cabeza, devolviendo con su gesto, la inquietud convertida en dudas:
– Pero, entre ayer y hoy, los siento alrededor, hay un impulso que me lleva a moverme hacia la orilla del mar, al interior de los bosques, caminar en silencio y ver hacia el horizonte.-
La bruja se apoyó en su bastón un tiempo durante el que solo le transmitía calma infinita. Después, acercó su mano libre para posarla en su hombro:
– Eso es porque sigue siendo primero de noviembre, las puertas del mundo de los vivos y la del mundo de los muertos están abiertas -sonrió con el placer de la paz de su espíritu infinito-, su alma, parte de la energía primigenia que se transmutó en cada cosa que existe se hace más visible y tú, que ahora conectas con tu propia alma, puedes sentirlo. La vida está en todo y todo está en ti. Todos somos trocitos de este reloj de eternidad. Enhorabuena, humana, tus ojos están abiertos, ¡disfrútalo!-