Cada mañana, cuando salgo a correr a Álamo Square, me cruzo con una señora asiática de unos setenta y pico de años que camina como flotando, su rostro y su cuerpo irradian felicidad, sonríe constantemente, de vez en cuando se agacha, recoge una florecilla o una brizna de césped, se lo acerca a la cara y se extasía contemplándola, pareciera estar mirando a través de las puertas del paraíso. La señora está loca… Yo, paso a su lado, trotando, empapado del fresco amanecer de San Francisco, pensando preocupado en «Mi jefe, que es un inútil incompetente que me tiene amargada la vida, que debo pagar el alquiler y no me llega, que tengo sobre mi mesa una atemorizante pila de facturas que reclaman ser abonadas». La señora está loca… Yo, estoy cuerdo…