A diario capturamos los versos que andan sueltos por las calles, como destellos de luz, primero con la mirada. En la retina cosquillean durante unos segundos. A veces continúas tu camino; otras en cambio, te paras, abres tu bolso, sacas tu teléfono móvil y decides capturar, no ya los versos sueltos, sino el poema que se ha creado con fuerza en tu mente. Más tarde, cuando te enfrentas al papel o al teclado de tu ordenador portátil, y tratas de materializar con palabras aquella imagen inmortalizada con un enfoque imperfecto, carente de técnica y conocimiento fotográfico, es entonces cuando la poesía caprichosa, en ocasiones desleal, nos lleva a explorar otros paisajes interiores e incluso abre puertas de habitaciones que pensábamos olvidadas, y las desempolva. Y nos sorprende cómo se «desenfoca» aquella originaria emoción que percibimos cuando creímos capturar algo tan objetivo y lírico a la par. Pero damos rienda suelta al acto poético, porque no hay nada que sea más verdad que la propia poesía. Nada que nace desde la emoción y el amor al verbo puede ser más real.
Un semáforo no puede ser más real que un unicornio, si fue este el que recreó mi mirada, que nació desde la emoción más profunda. Si es real la imaginación, porqué no ha de ser real lo imaginado. No hace tanto tiempo que descubrí, o quizás redescubrí, que ya esto mismo lo afirmaba el maestro del cubismo, mi paisano, Pablo Picasso: «Todo lo que puedas imaginar es real». Y este descubrimiento me llevó, a su vez, a la certeza que la necesidad de crear no está vinculada a la necesidad de argumentación para sostener nuestra verdad a cerca de lo que es real o no, a cerca de lo que nos devuelve nuestra propia mirada.
Mi ópera prima, Poemas desenfocados, publicado, en octubre de 2020, por Exlibric, sigue este proceso que aquí describo. Y es la razón del título de este poemario, cuyo subtítulo reza «Poemas para un click», donde aparece también la imagen concebida como un pretexto para desbordar las emociones traducidas en metáforas.
Aunque no siempre se «desenfoca» el poema resultando «desleal» a la imagen. Ocurre que, en el libro aparecen determinados poemas fieles a la impresión y composición poética que se creó en el mismo momento en que se capturaba la fotografía. Es el caso, por ejemplo, del poema «¡Ay, de mis margaritas!», o que rememoran el momento en que fue tomada la fotografía, como ocurre con el poema «Historia no versada de una instantánea», que paso a copiar aquí como mi humilde contribución al Día Mundial del Libro, e inauguración de este blog.
Historia no versada de una instantánea
Qué fácil fue arrancarte una sonrisa,
primero, tímida, y después,
al ver mi gesto abierto,
franca.
Venías a venderme abanicos, flores, sombreros…
Después de haberte comprado
mil chucherías y baratijas,
me abordaste de nuevo,
y yo, que capturaba estampas de feria,
te vi con esa cara de cansancio no fingido,
suplicante,
y te miré por mi ojo cuadrado y artificial
y entonces, me sonreíste y corriste
en busca de tu amiga, hermana,
queriendo compartir con ella
un instante diferente
que hiciera un alto en tu trabajo.
Y la agarraste con fuerza por la cintura,
que casi la tiras al suelo.
Ella, con el brazo por el hombro,
como dos compadres que comparten borrachera,
ella, tu amiga, me encaró
con esa chulería que da la corta pero intensa vida en la calle,
posando segura del momento,
mientras tú no parabas de reír
y yo capturaba para siempre
vuestro recuerdo imborrable.