AMESSAN. —Hermano, ¿crees ciertas esas historias que nos cuentan los mayores acerca de los Djinn: demonios de fuego ardiente que habitan en el desierto?
AMEQRAN. —No, esas historias no son ciertas pero sí de gran utilidad. Los mayores pretenden alejarnos a los jóvenes de los peligros del desierto, haciéndonos creer que en él habitan demonios. Así se aseguran de que tengamos cierto respeto hacia el desierto. Saben que aún no somos conscientes de nuestra nimiedad ante las fuerzas de la naturaleza.
AMESSAN. —¿Y por qué no nos hablan claro? ¿Por qué utilizan el miedo provocado por la mentira de los Djinn?
AMEQRAN. —Así se lo enseñaron a ellos, así nos lo enseñan a nosotros. Ten en cuenta que a los jóvenes nos caracteriza la curiosidad y la imprudencia, siendo estas dos cualidades muy peligrosas para la supervivencia en el desierto. El miedo es un sentimiento muy fuerte. Si por miedo a los Djinn no te aventuras hacia el desierto, ese miedo está salvando tu vida.
(. . .)
AMESSAN. —Entonces, ¿no existen los Djinn ni ningún tipo de demonio?
AMEQRAN. —Lo más seguro es que no existan. Lo que sí existe es el mal, pero existe solo entorno al ser humano. No creo en demonios o en una personificación del mal.
AMESSAN. —¿Y qué es el mal para ti?
AMEQRAN. —El mal son los actos realizados por los malditos. Los malditos, son aquellas personas envenenadas por la envidia, el egoísmo y la mentira.
AMESSAN. —¿Y cómo se reciben esas maldiciones? ¿Magia negra?
AMEQRAN. —No… (Toma aire lentamente.) Escucha. Nadie está a salvo de ser tentado de conseguir algo de forma poco honesta e incluso de desear desgracias al prójimo. Los pensamientos maliciosos existen de forma latente pero, es solo cuando una persona se reconoce en ellos el momento donde toman forma los actos malvados. El mal logra encontrar terreno fértil gracias a la vida en sociedad. (Con la mirada perdida.) Surgen muchas comparaciones, y los pobres de virtud fácilmente caerán en las amargas garras de la envidia. Los que no crean en sí mismos, se hundirán en los fangos de la mentira. Y el incapaz de amar, será arrojado a la cruel soledad del egoísmo.
AMESSAN. —Entonces, ¿el mal son las personas que sufren estas maldiciones?
AMEQRAN. —No creo que estas personas sean el mal, son víctimas que no supieron luchar contra sus debilidades. Son por tanto, personas débiles que eligieron un camino más fácil. El mal se encuentra en sus actos, pero son ellos las principales víctimas.