Te hiciste experta en mantener lo imposible, lo incompatible con la cordura: la mesa de tres patas, la casa sin ventanas, el día sin reloj y amores de migajas.
Descubriste lo que había debajo de la alfombra. Nada bueno escondía; limpiarla y perder el tiempo no era la mejor de las decisiones para tomar en la vida. Deshacerse de ella, sin ninguna duda, era la idea.
Conociste el poder oscuro de las palabras ornamento del que tiene el maldito don de la fácil verborrea. Un texto predictivo, o manual barato de cincuenta frases que no saben ni de dónde salen, fue su herramienta de conquista en tiempo de precariedad emocional.
Descubriste que la sensación de nervios en el estómago no se debía al aleteo de mariposas por enamoramiento, sino a tu hambre de amor verdadero.
Supiste en ese mismo momento que no tenías que haber cogido ese tren.
Esa manía social de decir que debes subirte a los trenes que pasan por tu vida está sobreestimada. Algunos son trenes sin destino, con pasajeros de los que solo conoces el nombre, cuya luz tenue no solo te apaga, sino que te impedirá, en todo el trayecto, reconocer tu esencia y recuperar tu brillo.
Él fue para ti uno de esos trenes de noche, y, déjame decirte que ¡huye!
Porque entre todo lo que te quita, lo único que te da es luz de gas*.
*Luz de gas: Es una forma de manipulación de la percepción de la realidad del otro, por lo que es una forma de abuso psicológico con la finalidad de hacer dudar a la víctima de sí misma.