A veces, uno busca respuestas, necesita hacer, crear, pensar… a veces, uno le dedica gran parte de su tiempo a algo en particular, lo entrega todo, con tal devoción que su actitud se puede confundir con un comportamiento obsesivo. Parece que nada le importa tanto. Ese algo puede repercutir incluso en su quehacer habitual: en el estado de ánimo, en el dormir, en el comer… Todo lo ocupa eso por lo que uno daría la vida.
Somos algo así como una panda de depresivos intentando darle un significado a la vida con metas imposibles, deseos inalcanzables e ilusiones inconfesables, creyéndonos que podemos llegar a ellos y eso nos hará felices… o simplemente felices mientras recorremos el camino.
Y, a veces, uno roza la perfección de eso que busca o, más bien, encuentra la respuesta, alcanza el objetivo tan deseado y… se siente… vacío… quizás porque la ilusión del objeto de obsesión era mayor que la realidad palpable, o quizás porque el esfuerzo de la consecución supuso mayor peso que el fin… o quizás, es algo tan simple como que no hay nada importante, que necesitamos de esa ilusión, de esa obsesión para mantenernos vivos o sentir (pensar, creernos) que la vida tiene sentido… necesitamos metas imposibles, inalcanzables porque, sino, chocaríamos de frente con la terrible realidad de que nada vale la pena como para dejar tu vida en ello… la terrible realidad de que no hay nada que sea realmente importante. Tan simple y tan incómodo.
A veces, solo a veces…