Este año se han dado circunstancias por las que he tenido que tomar el avión en múltiples ocasiones, mínimo una vez al mes, lo cual ha incrementado las posibilidades de hacer vuelos con turbulencias…como así ha sido. La primera vez se vive extraño, después ya te acostumbras, pues la sensación es muy parecida a pasar por baches en carretera.
Tuvimos un vuelo especialmente duro, en el que el avión se agitó durante unos veinte minutos. Llegado ese punto, personalmente, se vuelve una pesadez porque siento la incomodidad del mareo, pero de pronto, descubrí a una mujer a mi lado rezando el rosario y el muchacho que llevaba atrás empezó a golpear el asiento de puro nerviosismo. Vaya, comprendí que cada uno lo ve a su manera, incluyendo el extremo del miedo y la percepción de muerte que éste conlleva.
De pronto, en medio del vaivén tuvimos dos caídas leves, es decir, el avión en lugar de moverse aleatoriamente es como si desde su posición en recto bajara y subiera de forma brusca. La primera hizo que una ovación de temor sonara al unísono entre la mayoría de los pasajeros y en la segunda, un niño al fondo gritó «¡¡yuuupi, mamá, como en la montaña rusa!! ¡Otra vez, otra vez!» Al silencio forzado, le siguió una risa de puro nerviosismo contagiosa. No hubo más momentos de caída, aunque sí un tramo de turbulencias semejante al que ya teníamos, quizás cinco o diez minutos más. Sin embargo, la tensión percibida había disminuido de forma palpable.
Y esto es lo curioso. La situación seguía siendo la misma, la percepción ya no. El aterrizaje fue de lo más suave como siempre con esta compañía, de la que no daré nombre por aquello de que crean que hay publicidad encubierta. En cualquier caso, algo cambió y me hizo pensar cuántas veces sucede así en nuestra vida. Lo que acontece no va a variar porque uno esté más preocupado en ello o más relajado. Lo que acontece es lo que es, así de simple. Nuestra respuesta es lo que podemos controlar y en base a lo que podemos llevarlo mejor o peor. No se trata de pensamiento positivo, se trata de asumir que hay un límite más allá de nuestro alcance donde las cosas suceden y no podemos evitar que así sean. Marearse, suplicar, sentir miedo o reír son algunas de las respuestas que podemos ofrecer.