–¡Salud!
Alfonso dio un sorbo a su cerveza, respiró hondo y miró el mar. El sol se disponía a regalar sus últimos brillos desde el horizonte. Y ella, sus cabellos ondeaban con la suave brisa que corría por aquel paseo marítimo. Eran felices simplemente disfrutando de aquel sencillo momento. Volvió a tomar un sorbo de aquella cerveza y tosió con fuerza, parecía atragantarse.
–Se me ha ido por otro lado –comentó Alfonso con dificultad.
–¡Vamos, respira! –dijo Alicia mirándole con una sonrisa.
–Estoy bien, no te preocupes cariño.
Charlaron comiendo durante horas sobre el trabajo, sobre sus sueños y de la primera vez que se conocieron. Se había hecho de noche mientras hablaban. Hablaron de boda, de religión y de niños, aquellas horas se les pasó volando. Pidieron la cuenta y tras pagar, caminaron hacia la playa. Se descalzaron, no hacía mucho frío, era casi verano. Deslizaron sus pies hasta la orilla y allí caminaron juntos de la mano. El agua estaba un poco fría, pero estaba calmada, aun así nada importaba, se tenían el uno al otro bien agarrados de la mano. Y no dejaron de hablar, como les pasó desde el día que se conocieron.
Tras varios minutos caminando, Alicia se paró y le dio un beso en la mejilla.
–Uy… estás un poco frío.
–Estoy como una rosa, ¿No me ves?
Alicia asintió, pero le indició que se fueran para casa. Al salir de la playa se sacudieron los pies y se volvieron a calzar los zapatos. Caminaron no más de 15 minutos hasta llegar a su casa. Una vez allí, se cambiaron y pusieron la tele. De nuevo, como los últimos días, todo eran malas noticias, una tras otras y todo llevaba a lo mismo; a la pandemia global. Cansados, se dirigieron al cuarto, pero no estarían tan cansados cuando se dispusieron a cumplir su ritual antes de dormir, uniendo sus cuerpos. Se quedaron dormidos sin hacer siquiera el intento.
A la mañana siguiente, Alfonso despertó, pero algo no iba bien, no podía abrir los ojos, su mente estaba activa, pero sus sentidos no le respondían.
–¡Socorro! ¡Alguien que me ayude!
Intentó golpear con aquellas manos que no le reaccionaban, como si de una puerta o una muralla se tratase, pero nada. Un dolor profundo en la garganta le asustó y le desorientó más de lo que ya estaba. De repente comenzó a escuchar: –¡Vamos, respira! ¡Vamos, respira! ¡Vamos, Alfonso, tú puedes! –La voz le resultaba familiar.
Sin saber cómo, sus sentidos comenzaron a reaccionar. Primero fueron los dedos de las manos, luego de los pies y tras ello sus ojos se abrieron. Al principio veía turbio, algo delante de sí que le obstruía la garganta y le impedía también la visión. Un estruendo le chirrió los oídos. Intentó preguntar qué era eso, pero se quedó en nada. Probó a señalar con la mano, pero aún no tenía fuerzas suficientes. Entonces, su mente entendió lo que estaba escuchando, era un aplauso, un aplauso bastante largo de varias personas. La visión comenzó a funcionarle de nuevo y fue entonces cuando comprendió. Medio triste, medio contento vio a una mujer llorar frente a él, era Alicia, aquella voz que durante su sueño, le estaba guiando todo el tiempo. Aquella voz que le enamoró y que aquel día le salvó.
Solo un día antes eran extraños y desde entonces no dejaron de hablar.
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