En uno de los fabulosos diálogos de El conde de Montecristo, Dumas escribió una terrorífica sentencia:
—En política no hay hombres sino ideas; no sentimientos sino intereses; en política no se mata a un hombre, sino se allana un obstáculo.
Quiero pensar que ni el más acérrimo votante del PSOE se opondría a la, por otra parte inejecutable opción, de retroceder en el tiempo y que pudiesen así adoptarse decisiones mitigadoras de la tremenda propagación del coronavirus como impedir la manifestación del 8M. Quiero pensar que cualquier votante del Podemos daría por imprescindible la renuncia a ocupar plaza en el Consejo de Ministros de falsarios comunistas acaparadores de suntuosas propiedades privadas y excelsas retribuciones públicas. Ambas hipótesis mentales forman parte de una ilusa interpretación de la vida que se da de bruces una y otra vez con la realidad. En tiempos pretéritos, con el PP en el poder, también quise pensar que los seguidores del principal partido de la derecha habrían forzado el cese de toda la cúpula de Génova 13. Pero no.
Es cierto que se trata de hechos incomparables tanto por su dramatismo como por la dimensión de sus efectos, sin embargo, es evidente la similitud de los comportamientos: obscenamente sumisos e incomprensiblemente seguidistas en los tres casos. Más patético resulta aún que la inmensa mayoría de este cuantitativamente significativo segmento de población española salga a los balcones cada tarde a aplaudir, lo cual revela una coincidencia en la nimiedad de la exigencia ciudadana que vuelve a quedar patente como colofón del cinismo colectivo.
Pintan bastos y para mucho tiempo. Una vez se produzca el control de la pandemia, cosa que a tenor del demostrado nivel de incompetencia se vislumbra difusamente en la lejanía, habrá que hacer un inmenso esfuerzo para recuperar la catástrofe económica y, por extensión, social. No se hará ni desde la Moncloa, ni desde el Congreso por muchos pliegos de decretos que se dicten, por abundantes pactos que se negocien o numerosas leyes que se tramiten. Se hará desde cada pueblo, desde cada casa, con el compromiso que cada español quiera poner en el empeño —que debería ser común— de que prevalezcan la solidaridad y la justicia social bajo los cimientos de una democracia responsablemente ejercida.