Reto 48: Mi experiencia

Reto 48: Mi experiencia

¿Has visto esa película en que un escritor tiene que escribir un relato en dos días, tiene que incluir una frase concreta y si no lo consigue se detona un explosivo nuclear que provoca un akelarre zombie? ¿No? ¿Estás seguro/a? Pues claro que no, esa película no existe (al menos que yo sepa); no estaría mal que Álex de la Iglesia tomara nota, supongo que la haría como pocos. Bromas aparte (o quién sabe si Álex de la Iglesia lee esto por un casual, recoge el guante y me llama), algo así, aunque con la tranquilidad de que no había bomba alguna que detonar, ha sido el desafío literario que mi querida editorial ExLibric lanzó hace poco más de un mes. No podía sino, cual caballero retado, aceptar el desafío. No sería un duelo al uso, donde el retado elige las armas. Y mejor. No hay muestra de gallardía como aceptar un desafío con las normas del que reta. Puedes creerme, para un hiperactivo mental digno de estudio científico como yo (siempre queda mejor eso que decir que estoy chalado y no puedo dar un minuto de relajo a este caletre mío) el estímulo era, más que atractivo, irresistible.

Me inscribí y esperé hasta recibir el correo donde se indicaría a los participantes en el Reto 48 la temática sobre la que versaría el relato. No sé si he contado alguna vez que los relatos que aparecen en Nombres de mujer se fueron escribiendo en más o menos una hora por cada relato (sin contar revisión, corrección, etc.), pero normalmente tenía la ventaja de tener clara sobre qué temática erótica iba a escribir. En este caso, esas armas para el duelo a las que hacía mención hace unas líneas era el tema a tratar y ni siquiera era mi elección. Era la primera vez que iba a escribir por encargo, sobre lo que se me pidiera para participar. El reto se ponía interesante. Llegado el día y la hora, una notificación de correo llegaba y al abrirlo… pistolas al amanecer. Temática libre, pero una frase sola: era el 48 de la fila, ella lo sabía. La madre que los parió, a ver qué hago ahora… No era una temática, sino una frase. A ver cómo pongo esto en contexto, si aún no sé ni lo que voy a escribir. Frases todas producto de la sorpresa. La casualidad había querido que unos días antes tuviera que hacer un trámite administrativo, así que lo del número en la fila me sugería una cola numerada. El médico, el ayuntamiento, Hacienda, la carnicería… Me decanté por un supermercado. Al fin y al cabo, me gustan los relatos en un entorno costumbrista. Los que me han leído saben que me gusta crear mis historias sobre erotismo con gente normal, en contextos cotidianos. Vamos, sacarle jugo literario a un encuentro que puedes tener con esa gente que te encuentras comprando el pan o bajando la basura. Bueno, ya tengo la frase colocada. Vamos a contar una historia.

En principio, al ser temática libre, elegí escribir un relato erótico. Al fin y al cabo, me dedico a eso. Ella y él debían conocerse en el súper y llegar a ese encuentro. Sin embargo, mientras lo construía sucedió algo. Ocurrió que, una vez ocurrido el hecho casual que los hace conocerse, me bloqueé. Quería escribir un relato erótico pero fuera de la dinámica de Nombres de mujer, embarcarme en otra forma de narrar que no fuera demasiado continuista con mi primera obra. Era sábado al mediodía y tenía hasta las seis de la tarde del domingo. Aparqué el relato y salí a correr un poco. Completé el entrenamiento con un circuito de fuerza y unos minutos zurrando al saco de boxeo. Tras los estiramientos y la ducha, me sentía más despejado. Mis personajes ya se conocían, ya había colocado la frase de marras, ya podía contar una historia y me había desconectado un poco liberando energía con ese ratito de ejercicio. El almuerzo me supo a gloria y, tras una leve cabezada, me puse de nuevo delante del ordenador. Que la inspiración me coja trabajando, que decía aquél. Pero las musas no venían. Entonces, vino a mi cabeza la frase mágica que dio forma a mi relato. Si no tienes nada más que contar, entonces no cuentes nada más. De repente, entendí que no tener nada que contar era lo más mágico que me había podido pasar para poder contar algo. Además, decidí que el relato no tuviera por qué ser erótico, pensé que no estaría nada mal salirse de la zona de confort, de lo que suelo hacer. Lo poco que había escrito era todo lo que necesitaba. Sí, el relato estaba a medio hacer. Pero si aportaba distintos ángulos, distintos puntos de vista, construiría pequeñas historias conectadas entre sí por lo que ya tenía escrito, Ya tenía el relato escrito faltando tres cuartas partes del propio relato. Una vez escritas esas historias cuyo núcleo común es la anécdota que une a los personajes iniciales, tenía un hecho aparentemente insignificante que había traído cinco historias diferentes, cinco perspectivas humanas diferentes. Esta vez no era una historia, sino la de los personajes que, de una forma u otra, habían visto su día a día condimentado por una leve anécdota. Fabuloso.

Sinceramente, quedé encantado con el resultado. Ganar o no ya era lo de menos. Siempre he dicho que, cuando varias personas escriben con el pretexto de un certamen o un desafío literario, la que gana es la propia literatura. Lo dije cuando gané los Premios Pimienta y lo dije en aquellos donde no fui premiado. También lo digo sobre este Reto 48, donde he sido premiado con esta experiencia, con este verme bloqueado por una vez y encontrar en esa falta de ideas la mejor idea. Con salir de mi hábitat natural sin que la calidad del relato se vea resentida, con haberme puesto a prueba, me siento satisfecho. Lo has adivinado, no gané. Al menos tengo salud, dije divertido como cuando tiras ese décimo sin premio en la Lotería de Navidad. Pero ya hablando en serio, me llevo esta experiencia, esta prueba superada y este refuerzo y estímulo para continuar aprendiendo y mejorando: la aventura literaria continúa, hay John Sullivan para rato. Y animo a todo aquel que se anime a iniciar su andadura en este mundo de hacer arte con la palabra a participar en la próxima edición. Dicen que la presión convierte el carbón en diamante y, tras esta experiencia, me siento brillar un poco más. Que venga el siguiente.

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