A punto de comenzar la Semana Negra, Facebook me recuerda una tarde de lectura de poemas en una estancia llena a rebosar de amigos.
En unos días seré yo la que visite a escritores y la que vuelva a casa cargada y con la cartera vacía. Bueno, no es cosa de protestar…A otros les gustan cosas más costosas y menos gratificantes, a mi me gusta el papel con letras que me cuenta historias, y el olor de las casetas llenas de libros. Tanto que hasta deja de molestarme el ruido estridente de las atracciones que disparan la música más horrorosa que son capaces de elegir. Después, casi siempre me duele la cabeza, pero para eso existe el paracetamol. Y la vuelta a casa se hace lenta, porque me hago mayor a pasos de gigante y se me cansa hasta el pelo que, a fuerza de humedad, se pone chulo y parece que salí del manicomio. Ni la mano consigue sosegarlo y no es cosa de sacar el peine que siempre va escondido en lo más profundo de mi bolso.
Total, para lo que hay que ver, unos cuantos pelos a lo loco, no es demasiado deprimente.
De la semana negra, me sobra el olor a fritanga. Nada que no se pueda subsanar chupando un Smint de menta, o la caja entera si hace falta.
Os dejo aquí un poema que escribí hace tiempo y leí esta tarde. Me acuerdo porque conservo los apuntes que siempre llevo cuando voy a un recital.
Se titula «Otros dioses»
Allá donde el Fértil Creciente
ensancha su preñado vientre de media luna,
la mágica Nínive
maquilla su rostro a orillas del Tigris.
Al sur,
bajo la montaña escalonada
levanta su tienda
el que fuera, hasta ayer mismo
adorador de Nannar.
El atardecer tiñe de amarillo
hasta la más mínima partícula de polvo,
y el que ya no cree,
alza sus ojos en busca de otros dioses.
-Mercedes
Un comentario
Bellísimo poema. Y no menos bello el texto que lo precede. Realmente, en la Semana Negra, la presencia de los libros ahoga el sinsabor de los ruidos de las atracciones y los olores de las fritangas.