Tú me dejaste en puntos suspensivos y yo tuve que darte un provisional punto y aparte.
Vi salir de tus ojos un signo de interrogación, cuando yo solo sonreí y te guiñé uno de los míos con un punto y coma.
Yo quise enmarcarte en mi paréntesis, en las líneas curvas que forman mis mejillas pecosas, cuando algo me agrada, cuando estoy alegre, cuando inevitablemente río y quiero que estés presente.
Yo, que quería ser tu diez en una escala que empieza en el cero, pero no recordé que la tuya está congelada y comienza a contar bajo cero; ignora por completo lo que es ser de diez.
Yo, que escribía en mayúsculas tu nombre para darle énfasis y te destacaba entre signos de exclamación. Tú, sin embargo, me marcaste con un asterisco en tu calendario, pasando a ser así tu casilla de hueco libre un mes sí y otro no.
Tú, de pronto, un día te fijaste en mi buena puntuación, en lo importante de mis letras y mi expresión. Un día entendiste la metáfora de la vida, que era como yo te hablaba y quisiste que te destacara dentro de mi inspiración.
Tú, que pudiste ser relato, ser poema, ser novela…te quedaste en una idea de borrador, en palabras ya olvidadas y vacías, de contenido y forma.
Y llegó el día, ese en el que tomé una decisión: ponerte un punto final en una historia para olvidar.
Arranqué al momento la página y me deshice de ella sin pensar.
De esa forma, ya no existirías en mi vida, nunca más.