Allí estaba, aquel sentimiento que la acompañaba desde niña, aquellos bajones inesperados cuando echaba de menos algo que no había vivido, algo ajeno, algo a lo que no sabía dar forma ni descripción, que se le atragantaba a la hora de hablar de ello porque no encontraba el vocabulario adecuado para definirlo y, de pronto, allí estaba, aquella comunión que le recordaba cuál era su esencia. Ya no más verse como una loca, ya no más culpable por aquella tristeza latente, suave como la nostalgia.
Junto a aquel río lleno de vida, abrazó a Juan, fundiéndose en él, dejándose llevar por la energía de la naturaleza que los rodeaba. Él abrió los ojos a las aguas de las que emergían seres de luz y suplicó en silencio: «esperad un poco más, aún no es tiempo.»