Me tatuaría el sonido del mar para cuando invada mis oídos ese ruido gris que escarba como queriendo salir y que pone nombre al silencio de la soledad, quizás.
Me tatuaría el sonido del crujir de las hojas secas color mostaza, que combina tan armónicamente con unos ojos azul cielo.
Me tatuaría el sonido de cualquier abrazo que anuncia reencuentro y las sonrisas que provocan una leve y amable arritmia como respuesta de un corazón contento.
Me tatuaría el sonido de un reloj hueco, que de él escaparon las agujas para ir a otro tiempo y vacunar contra el egoísmo, el individualismo y la intolerancia.
Me tatuaría todos los cambios intergeneracionales que impulsan el mundo hacia delante, pero también hacia atrás; para poder releer las páginas cuando el dolor aparezca nuevamente, o para evitar caer en los errores propios del orgullo y la supremacía
Me tatuaría el sonido que se lee a través de unos labios mudos cuando dicen te quiero, perdón o gracias.
Me tatuaría sobre mi propia piel, otra piel ajena, y luego otra y puede que alguna más, para sentir emoción sobre emoción, lágrima sobre lágrima, estímulo sobre estímulo lo que la vida viene a contarnos para convencernos de que nos quedemos, que actuemos en ella, que nos hagamos compañía, que así, la proyección será más llevadera. Más errante, puede; pero menos culpable cuando llegue nuestro final.
Cuando nos toque cerrar eternamente unos ojos que supieron mirar la vida y vivir cada mirada.