Ella mira impaciente a través de la ventanilla, hacia un andén que parece desierto sin el hombre que ama. Él deambula por la estación; le pesan las dudas, los miedos. El tren está a punto de partir; él está a punto de perderlo para siempre. «Ya no te esperaba», dice ella con los ojos húmedos. «Dudé. Debo serte honesto, dudé…mucho», le dice él mientras la abraza, mientras se abrazan en la escalerilla del AVE. «Pero lo comprendí a tiempo, mi amor», dice mientras coge la cara de ella entre sus manos, mirándola a los ojos. «¿Qué fue lo que comprendiste?», quiere saber ella. «Que el tren de la vida no se detiene, que no espera a nadie». Ahora se abrazan en silencio; ya no necesitan decir nada, aquel abrazo dice más que todas las palabras. Y en aquel silencio de cuerpo contra cuerpo, de brazos que se niegan a soltar a la persona amada, de respiración en el cuello… en aquel abrazo ambos sienten que no volverán a separarse. Han cogido a tiempo el tren de sus vidas.