Viajar: Un Camino de Transformación y Aprendizaje

Viajar: Un Camino de Transformación y Aprendizaje

Introducción

Quiero abordar este tema contando tres historias cortas. Quizás usted pensará y estos relatos, ¿qué relación tendrán con el asunto de viajar? Ya lo veremos.

¿A quién no le gusta viajar? Es que la vida es un viaje. Viajar es desafiar la comodidad, pero es también darse cuenta de que todo cuanto existe está en movimiento. Nos guste o no, somos pasajeros en la nave de la vida.

Nuestra aventura de transformación, cambio y muerte se inicia en la concepción. Continúa en nuestras andanzas. Termina con el último aliento. De manera que, viajar no es una opción: es una consecuencia de la existencia. Sin embargo, en cada viaje hay infinitas posibilidades para explorar. De cada uno depende la intensidad con la que se experimente este desafío. También depende la postura que elijamos. Podemos ser un pasajero perezoso o uno diligente.

Durante una travesía marítima, aunque se comparta la misma nave, no todos apreciarán las mismas sensaciones. Los viajes pueden ser anhelados, placenteros, desagradables, terribles, audaces y en ocasiones inevitables. Cada marcha cubre tres fases, las cuales se deben asimilar: embarque, travesía y arribo. Deténgase a contemplar cada etapa. Lea cuidadosamente cada fase. De lo contrario, se estará perdiendo de la sustancia de la senda. No se trata de llegar rápido. Lo importante es tener la sabiduría de aprovechar el camino.

Existen diversas maneras, rutas y destinos para los desplazamientos. En este desarrollo, me voy a referir a tres formas de moverse:

El viaje físico

Es la manera más común y consiste, literalmente, en trasladarse por diversos lugares, para conocer diversidades culturales y geográficas. El moverse a través del mundo es una forma muy eficaz de ampliar los horizontes de la mente y del espíritu. La diversidad es sinónimo de riqueza y esta potencia la sabiduría.

“El que mucho viaja, mucho sabe,
y el que tiene mucha experiencia discurre sabiamente.
El que no ha pasado pruebas, sabe poco;
pero el que ha viajado, se hace muy listo.
En mis viajes he visto muchas cosas,
y sé más de lo que cuento”.

Eclesiástico 34: 9-11

Viajar leyendo la vida

La segunda es sumergiéndose en las páginas de la literatura. El que lee pone su mente y su imaginación en movimiento. Al leer se crean experiencias tan útiles como las reales. Las letras se convierten en metáforas que describen formas para adentrarse en mundos desconocidos, aventuras y nuevas ideas. La lectura desarrolla las habilidades para adquirir conocimientos. Leer permite desarrollar la imaginación, ejercitar el cerebro, explorar las emociones y enriquecer el espíritu.

“Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”.

-Mario Vargas Llosa.

El viaje transformacional hacia el centro del ser

El viaje transformacional del ser es el que me parece el más retador. Por cierto, las formas de viajar se pueden combinar, para obtener máximo provecho. Es decir, se puede leer un buen libro mientras se está en un vuelo, en un tren o en una cálida playa.

Navegar por los laberintos de nuestro mundo interior es sumamente enriquecedor. Es una de las maneras más intensas. Además, es trascendente en el camino de la vida.

El descubrimiento de uno mismo es algo sorprendente y de inagotables posibilidades. Además, requiere determinación, valentía, humildad y sus recompensas son sanadoras. Aprovecho para recomendar mi más reciente libro el cual se enfoca en este tipo de experiencias de viaje: “Relatos y sensaciones”

“Estamos tan ocupados en hacer cosas para lograr fines con valores externos. Olvidamos que el valor interior es lo único que importa. El éxtasis que se asocia con la vida es lo único que importa”.

-Joseph Campbell.

Recomiendo leer el libro el “Viaje del héroe” de este autor

Quiero poner el énfasis en los viajes que decidimos tomar. En esos navíos pasan por variados puertos. Se puede subir o bajar. Nadie sospecha la suerte detrás de cada encrucijada.

Ahora si estamos listos para emprender el viaje por los cuentos prometidos.

Un cambio de viaje inesperado

En un viaje que hice con mi hijo se nos presentó una situación imprevista. Nos encontrábamos en la estación Central del tren de Miami con planes de dirigirnos a Dadeland South. Eran la 9:00 a.m. de un sábado y el servicio estaba restringido, por mantenimiento, a un solo riel para ida y vuelta. El tren que llegó iba con dirección contraria a nuestro destino. Teníamos dos opciones. Podíamos esperar, por unos cuarenta minutos, que el tren hiciera su recorrido y regresara. O podíamos montarnos en ese vagón y hacer la trayectoria.

En este tren el camino es superficial lo cual nos permitiría apreciar un paisaje que no conocíamos. Así que, optamos por montarnos y aprovechar para observar algo nuevo. Ninguna senda en la vida está asegurada.

Nunca tenemos todo bajo nuestro control. Es necesario planificar, pero se debe tener la flexibilidad para ajustar las tácticas cuando las circunstancias lo requieran.

Mi hijo se ríe mucho cada vez que recuerda aquel inesperado tránsito. En la siguiente estación abordaron unas damas de mediana edad con coloridas vestimentas y agradable energía. Mi hijo y yo le cedimos nuestros asientos y ellas reaccionaron con entusiasmo. Hasta ese momento estábamos satisfechos por nuestra conducta. Las mujeres cantaban y no dejaban de referirse a nosotros como unos gentiles caballeros. Transcurridas dos estaciones comencé a experimentar mareos y náuseas. Aplacaba las contracciones estomacales con el máximo disimulo que me resultaba posible. Necesitaba sentarme para controlar esos caóticos movimientos de mis entrañas. Mi pálido rostro me delataba y mi hijo me indicaba que me centrara en la respiración. Con gran esfuerzo me mantenía en pie.

Mi resistencia estaba al borde, mientras esperaba que algún puesto se desocupara para sentarme. La vista se me nubló, las piernas se estremecían y me recostaba disimuladamente de mi hijo, para no desplomarme. Mi ansiedad me desbordaba. Necesitaba encontrar alivio. Aquellas señoras parecían no sospechar mi tormento y seguían celebrando y eventualmente volvían a agradecernos por nuestra gentileza. Cada parada se me hacía interminable, anhelaba que la próxima estación fuera la última de aquellas señoras. Casi al final de trayecto, por fin llegaron a su destino y se despidieron de nosotros con una fanfarria. Me senté enseguida, sentí un ligero alivio y con rebuscado coraje les dije adiós.

Una historia que me causó terror

Siendo un pequeñín me gustaba hurgar entre los libros de la biblioteca de mi casa. Ese día me tropecé con una literatura no apta para mi edad. La imagen de la portada me estremeció y resultó mayor mi curiosidad que mi miedo. Así que me dediqué a leer esos cuentos de la cripta. A mitad de camino los sucesos narrados me ocasionaban fuertes pálpitos y dejé el folletín a un lado. Una hora después regresé a la página en la cual me había desconectado. Em mi imaginación aquellos cuentos seguían su curso y aunque trataba no podía detenerlos. Así que terminé por devorar aquellos tragos amargos. Una mezcla de asco y terror me produjeron aquellos relatos burdos.

Una noticia de luz

 Era muy pequeño y curioso. Siempre estaba atento a escuchar de incognito. Ese día llegó a casa el párroco y me adelanté a ofrecerle una silla. Mi madre me mandó a buscar algo. Siempre lo hacía para mantener a los niños lejanos a las conversaciones de los adultos. Me escondí debajo de una mesa. Escuché cuando el sacerdote le comentó a mamá que había conseguido una beca escolar. Era para sus tres varones menores. Me tapé la boca para acallar mi alegría. Iría a la escuela a aprender a leer. Siempre recordaré a ese estupendo colegio. Recordaré a sus maestros y a todo lo que allí viví. Crecí en mis seis años de formación primaria. Viene a mi memoria que el primer día de clases. Un presbítero se acercó al salón. Nos dio la bienvenida y nos explicó el significado del nombre de la institución: “La Constancia”. ¡Qué acertada denominación! Ingresar al colegio, fue para mí el viaje desde mi cálido hogar hacia las puertas del saber. Un encuentro con el umbral que me podría conectar con mi ser íntimo. Esta experiencia despertó mi interés por el crecimiento personal y espiritual.

Conclusión

Todo viaje tiene un destino y sigo intentando disfrutar de la trayectoria completa. Luego de necios traspiés, he llegado a la conclusión de que la vida no está en alcanzar una meta. En cambio, se trata de sacar ventajas del recorrido y trazar nuevas rutas.

No sabemos de cuánto tiempo disponemos. Sin embargo, sí que está a nuestro alcance dejar de aplazar las tareas sencillas y las trascendentes.

Cosme G. Rojas Díaz              

16 de marzo de 2025

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