Ya no barrita el elefante que habita tatuado en mi piel.
Ya no me imagino danzando en tu mirada, dando pasos de puntillas, avanzando por tus pestañas, como si fueran teclas de piano y una imponente melodía creara.
Ya no comparto contigo una carta de buena tasca, ni manjares, vino tinto, ni el polvo del tiramisú que se queda besando mis labios después de la velada.
No, ya no.
Preferiría quedarme inmóvil mirando inútilmente la caduca y aburrida carta de ajuste de los ochenta.
Ya mis estrellas no guían mi mano diestra para escribirte poemas, para volverte inmortal con mis letras.
Ya no pospongo cinco minutos el despertador para quedarme junto a ti un ratito, para coger aliento, sobre todo los días que me despierto en guerra conmigo.
Ya no te busco entre la muchedumbre, como un pirata tras un tesoro. Ya no te hallo en mis noches en vela.
Ya no me viene a la mente tu nombre, cuando aún sin anochecer miro al cielo y veo la luna.
Con prisas, ella siempre esperaba poder salir, y alumbrarnos cuando nos sentábamos en cualquier lugar, abrazados a su luz, con su sonrisa de gato o bajo su mágica esfera.
Ya no suenas en melodías ni te leo en mis canciones favoritas.
Ya no, a tus dedos despeinando mi pelo, colocándome el flequillo.
Ya no al cafuné.*
Ya no quiero dormitorios a cuarenta grados ni salones de invierno bajo cero donde compartimos el calor que nos brindaba una manta y una copa de vino.
Ya no abro mi armario, ni acudo a mi cajón, para crear la magia que te provocaba el encaje de mi ropa interior.
Ya no a nada.
Ya no puedo.
Ya no quiero.
Me lo debo.
*Cafuné: Palabra portuguesa que se refiere al acto de acariciar la cabeza o el pelo de alguien con intención de adormecerlo.