El poeta no tira la toalla. Ha soportado en sucesivas etapas de su vida múltiples fracasos —naufragios— y también ha sido testigo de otros muchos, de los que se hace eco. Es la emoción dolorida de la impotencia ante lo evidente: se está absolutamente solo en la tarea y es preciso concienciarse de que eres tú quien tienes que arremangarte, mirar en tu hondura y tomar una decisión sin ambages. Lanzado a la vida, habrá de afrontarla plenamente. Es un hombre. Ya lo entendió a los dieciséis años cuando en un encuentro vital en el arranque de decisiones se topó con Copérnico, se reconoció a sí mismo y se supo con arrestos para no solo no fenecer en el intento, sino salir triunfante aun a costa de jirones de la piel.