Clelia es una anciana que vive con su íntima amiga Luisa. Solo precisan sosiego en su rutina diaria, que de manera fortuita altera su médico de cabecera, Lorenzo, con la noticia de la llegada de un antiguo amor de juventud. A partir de ese momento la crónica del pasado se entrecruza con el presente, en una búsqueda inquietante de identidades perdidas. Estamos en 1934, en una pequeña ciudad de provincias, con una Segunda República cuestionada por las clases altas y mantenida contra viento y marea por el pueblo y una incipiente burguesía. Clelia asiste a su primer Carnaval; en el revuelo del baile conoce a un joven apuesto, bailan, se enamora. A partir de este hecho se va transformando en otra mujer, ella piensa que más madura quizá, pero nuevas experiencias, por momentos brutales, la apremian a cuestionar su formación de clase media, en el entorno de una sociedad que se debate con ímpetu entre un pasado de tradición clasista y un presente que desea, y a veces consigue, libertad y renovación. Son los últimos años de una Segunda República que se fecundó con las esperanzas de un pueblo oprimido, donde se plantea el nuevo futuro de la mujer, su liberación, conquistas y cosmopolitismo. También la reciente forja de una justicia social que creará más instrucción, posibilidades de crecimiento en todos los órdenes y una creencia en la modernidad al alcance de la mano. Clelia, como mujer sensible en tiempos complejos, encarnará muchas de sus problemáticas y, junto con su familia, amores, amigos, será víctima y verdugo en una contradicción para ella indisoluble, que la llevará a asumir un pasado que nunca podrá eludir en el presente. Nada en la experiencia de Clelia será gratuito. Narrar su vida es como hilar realidades y significarlas con la esperanza crepuscular de que el sol acabará hundiéndose en su propio horizonte-noche. Quizá se preserve en nuestra retina su luz, y sea memoria que permanezca. Un crepúsculo del sol.