Nací en Cabra (Córdoba) en 1953. Me licencié en Derecho, por la Universidad de Sevilla. Comencé mi vida laboral en Córdoba, como abogado laboralista del recién nacido sindicato CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores), creado en 1976 -como escisión del sindicato Comisiones Obreras-, vinculado al Partido del Trabajo, de orientación maoista. Tal vez porque no cobraba ni una peseta de los clientes ni tampoco del sindicato, que jamás me pagó el sueldo convenido, o, tal vez, porque fui seducido por los cantos de sirena del entonces oficial mayor de la Diputación de Córdoba, que actuaba en los tribunales en representación de dicha Institución, y que, tercamente, cuando coincidíamos en la sala de togas, no perdía ocasión de amonestarnos, sobre todo a los jóvenes abogados, con esta inmutable consigna: “Hacedme caso, meterse a funcionarios”, decidí prepararme oposiciones. Y así me hice funcionario; Técnico de Administración General del Ayuntamiento de Dos Hermanas (Sevilla) y, posteriormente, del Cuerpo Superior de Administradores Generales de la Junta de Andalucía, donde desempeñé diversos puestos durante los 35 años que duró mi servicio en esta administración, desde 1983 hasta 2018. Siempre me movió la voluntad de servir honestamente a mis jefes, es decir, los ciudadanos, con rectitud (objetividad y sometimiento pleno a la ley y al Derecho), eficacia, entrega y sensibilidad; si lo conseguí o no, deberán decirlo otros. Como dijo Ángel González en uno de sus bellos poemas, esta es mi biografía, es decir, mi expediente.
En cuanto a mi experiencia literaria, siempre he militado en el lado cómodo de la trinchera, es decir, de lector; a excepción de mi colaboración como articulista de opinión en la, ya extinta, revista digital ‘Por Andalucía Libre’ y en el diario Libertad Digital. Este poemario, Nostalgias, lamentos y pesares, es el primer libro que publico.
Respecto a mis aficiones e intereses, a ciertas alturas de la vida -cansado de las cosas- uno carece prácticamente de intereses; conserva algunos afectos, cada vez menos, y cultiva, si acaso, unas pocas aficiones. Las mías son el ajedrez, el mus -que en esta tierra es casi imposible practicar-, la música, el cine, el vino y, sobre todo, los libros. Sería interminable decir aquí qué autores, qué obras, qué vinos me gustan. Simplificando, podría decir que los clásicos. Los clásicos nunca defraudan: el cine clásico, en blanco y negro, la música clásica, los clásicos de la literatura: Virgilio, Homero, Cervantes, Shakespeare, Quevedo, en fin, creo que todos, imposible nombrarlos. De los vivos, muchos menos, obviamente. Digamos que, sobre todo, Lobo Antunes.
Creo que esto es todo lo que se puede decir en unas pocas líneas; alguien -si es que alguien llega a leer esto- habrá pensado: ¿y la política?, pues bien, si en otro tiempo me interesó y hasta ocupó buena parte de mi vida, hoy no me interesa en absoluto, me parece un asunto despreciable. La naturaleza humana es incompatible con el poder, es incapaz de usarlo rectamente; también, por la misma razón, lo es con la anarquía, el utópico estado de naturaleza. He ahí el dilema, pues, como diría Hamlet.