El primer encuentro serio de Faust Manresa con el microrrelato se produjo en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonés. Allí fue donde se consolidó su interés por este tipo de narración tan peculiar, que puede ir desde una línea hasta una página y que no te permite arabescos, porque exige una gran capacidad de síntesis. Es como la punta de un iceberg, a partir de la cual cada lector debe construir el grueso de la historia. Ahí radica precisamente la intención del autor, en construir fotograma a fotograma los detalles de una realidad, su realidad, por la cual admite sentir verdadera pasión, esa franja horaria en la que la ciudad todavía duerme y el horizonte se está despertando.